SEMANA NACIONAL DE LA FAMILIA Y LA XXI JORNADA POR LA VIDA
Desde
el 6 al 13 de septiembre se desarrolla en Perú la Semana Nacional de la Familia
y la XXI Jornada por la Vida. Con motivo de este evento la Comisión Episcopal
de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Peruana ha hecho público el
mensaje "Amar la Vida es siempre ocuparse del otro, es desear el
bien", en el que se reitera el don inestimable de toda vida humana y la
misión al amor de la familia.
"Cada
vida humana es don de Dios-Amor, y es sagrada desde el primer instante de su
existencia ya que lleva consigo la imagen de su Creador. Sólo Dios es Señor de
la vida humana desde la concepción hasta su fin natural. Ninguna persona, bajo
ninguna circunstancia puede decidir sobre la vida de otro, más aun cuando ese
otro es el ser más indefenso y vulnerable de todos: el Niño por nacer. ‘La vida
desde su concepción debe ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y
el infanticidio son crímenes abominables'", recuerdan los obispos de la Comisión
Episcopal de Familia y Vida.
Con
motivo del evento, la Comisión Episcopal de Familia y Vida ha hecho público el
mensaje "Amar la Vida es siempre ocuparse del otro, es desear su
bien"
En
este sentido señalan que ante la relativización del derecho a la vida, y
respondiendo a lo que ha dicho el Papa Francisco, "no es progresista
pretender resolver los problemas eliminando una vida humana". Por lo que
los prelados llaman a "una decidida y frontal defensa de la vida (...)
frente a las falsas ideologías que disfrazadas de libertad, crean estructuras
opresoras y esclavizadores de las conciencias y del pensamiento, bajo
apariencia de novedad y progreso, buscando negar la dignidad humana de los
niños por nacer quitándoles la vida y promoviendo legislaciones de muerte".
Por
otro lado expresan que el niño por nacer "no puede ser discriminado por
las circunstancias en que fue concebido", y que tanto la madre como el
niño deben ser custodiados, protegidos. "La vida humana es sagrada e
inviolable. Todo derecho civil se asienta en el reconocimiento del primero y
fundamental de los derechos, el derecho a la vida, que no está subordinado a
condición alguna, ni cualitativa, ni económica, ni tanto menos
ideológica", agregan desde la Comisión Episcopal citando al Santo Padre.
En
este sentido hacen un llamado a toda la sociedad, pero de manera especial a la
familia, "cuya misión es el amor" -como expresan-, para que se creen
las condiciones necesarias que permitan que las mujeres embarazadas en
situación de riesgo ante el aborto, "encuentren en nosotros acogida y
acompañamiento, para llevar adelante su embarazo con la alegría de saberse
amadas".
Finalmente,
elevan una plegaria a la Virgen María para que acompañe y guie en esta
importante tarea: "Pongamos la Misión de la Familia, que es el Amor en
manos de Santa María, Madre de la Vida, para que Ella nos enseñe a formar
familias plenamente vivas y generosas".
Además
de la misiva, desde la Comisión Episcopal de Familia y Vida se está invitando a
las familias peruanas para que se sumen, así sea de manera espiritual, al
Encuentro Mundial de las Familias que ocurrirá este septiembre en Filadelfia,
Estados Unidos. Con este propósito la comisión viene difundiendo la catequesis
que elaboró para el evento la Arquidiócesis de Filadelfia en conjunto con el
Pontificio Consejo para la Familia con el tema "El amor es nuestra misión:
La familia plenamente viva".
Con información
de la Conferencia Episcopal Peruana.
CONTENIDO
En las famosas palabras del Padre de la Iglesia primitiva, San Ireneo,
“la gloria de Dios es el hombre viviente”. De igual manera, la gloria de los
hombres y de las mujeres es su capacidad de amar como Dios ama. La vida en
familia es un llamado a encarnar este amor en la vida cotidiana. Lo que los
católicos creen sobre el propósito humano, el matrimonio y la familia, esa es
la esencia del siguiente catecismo preparatorio para el Encuentro Mundial de
las Familias del 2015, en Filadelfia. Esta catequesis se despliega en diez
pasos o capítulos:
I. Creados para ser partícipes de su gozo . . . . . . . . . . . . . . .
. . .
Somos más que un accidente evolutivo. Somos más grandes que la suma de
nuestra biología. Dios existe. Dios es bueno. Dios nos ama. Nos hizo a su
imagen para que participemos de su gozo. Participa activamente en nuestra vida.
Envió a su único Hijo para restablecer nuestra dignidad y guiarnos de regreso a
Él.
II. La misión del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . .
Dios obra a través de nosotros. Nosotros tenemos una misión. Estamos en
el mundo con un propósito: recibir el amor de Dios y demostrar el amor de Dios
a los demás. Dios busca sanar un universo quebrantado. Nos pide que seamos sus
testigos
III. El significado de la sexualidad humana. . . . . . . . . . . . . . .
.
El mundo tangible, terrenal y corpóreo es más que materia inerte o
arcilla de modelar para la voluntad humana. La creación es sagrada. Esta tiene
un significado sacramental. La creación refleja la gloria de Dios. Eso incluye
nuestro cuerpo. Nuestra sexualidad tiene el poder de procrear y participa en la
dignidad de ser creados a imagen de Dios. Tenemos que vivir según este
principio.
IV. Dos que pasan a ser uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . .
No fuimos creados para estar solos. Los seres humanos se necesitan y se
completan mutuamente. La amistad y la comunidad satisfacen ese anhelo con
vínculos de amor y de intereses comunes. El matrimonio es una forma de amistad
particularmente íntima que llama a un hombre y a una mujer a amarse de manera
comparable a la alianza de Dios. El matrimonio es un Sacramento. El amor del
matrimonio es fructífero y se ofrece sin reservas. Este amor existe a imagen de
la fidelidad de Jesús a la Iglesia.
V. Crear el futuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
El matrimonio tiene como propósito ser fértil y recibir la vida nueva.
Los niños dan forma al futuro, así como a ellos se les da forma en su familia.
Sin niños, no puede haber futuro. Los niños criados con amor y guía son el
cimiento de un futuro amoroso. Los niños heridos presagian un futuro herido.
Las familias son la base sólida para todas las comunidades más extendidas. Las
familias son Iglesias domésticas, lugares donde los padres ayudan a los niños a
descubrir que Dios los ama y tiene un plan para la vida de cada uno de ellos.
VI. Todo amor es fecundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. .
No todos están llamados al matrimonio. Pero toda vida tiene el propósito
de ser fértil. Toda vida tiene el poder y la necesidad de nutrir la vida nueva:
si no es a través de dar a luz y criar niños, entonces a través de otras formas
vitales de entrega personal, de desarrollo y de servicio. La Iglesia es una
familia ampliada de diferentes vocaciones, cada una distinta, pero cada una
necesitando de las demás y apoyándolas. El sacerdocio, la vida religiosa y la
vocación laica célibe enriquecen y son enriquecidos por el testimonio del
estado matrimonial. Las maneras diferentes de ser castos y célibes fuera del
matrimonio son maneras de entregar la propia vida al servicio de Dios y de la
comunidad humana.
VII. Luz en un mundo oscuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . .
En el mejor de los casos, la familia es una escuela de amor, justicia, compasión,
perdón, respeto mutuo, paciencia y humildad en medio de un mundo oscurecido por
el egoísmo y el conflicto. Es así como la familia enseña lo que significa ser
humano. Sin embargo, surgen muchas tentaciones que intentan persuadirnos a
olvidar que el hombre y la mujer son creados para la alianza y la comunión. Por
ejemplo, la pobreza, la riqueza, la pornografía, la anticoncepción, los errores
filosóficos y otros errores intelectuales pueden crear contextos que desafíen o
amenacen una vida familiar sana. La Iglesia se opone a estas cosas para
proteger a la familia.
VIII. Un hogar para los que sufren. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . .
Muchas personas, especialmente hoy, enfrentan situaciones dolorosas que
surgen de la pobreza, la discapacidad, la enfermedad y las adicciones, el
desempleo y la soledad de la edad avanzada. Pero el divorcio y la atracción por
el mismo sexo impactan en la vida de la familia de maneras diferentes y a la
vez poderosas. Las familias y las redes de familias cristianas deben ser
fuentes de misericordia, seguridad, amistad y apoyo para los que luchan contra
estos problemas.
IX. Madre, Maestra y Familia: La naturaleza y la función de la Iglesia.
. . . . . . . . . . . . . . . .
La Iglesia tiene formas institucionales porque debe trabajar en el
mundo. Pero eso no agota su esencia. La Iglesia es la Esposa de Cristo; es
“ella”, no “esa”. Según las palabras de San Juan XXIII, ella es nuestra madre y
maestra, nuestra consoladora y guía, nuestra familia de fe. Aunque su pueblo y
sus líderes pequen, seguimos necesitando la sabiduría de la Iglesia, sus
Sacramentos, su apoyo y su proclamación de la verdad, porque ella es el cuerpo
de Jesús mismo en el mundo; la distinguida familia del pueblo de Dios.
X. Elegir la vida ………………………………………….
Dios nos hizo por una razón. Su amor es nuestra misión en la vida. Esta
misión nos permite encontrar nuestra verdadera identidad. Si decidimos abrazar
esta misión, tendremos una perspectiva nueva sobre muchas cuestiones, no solo
la familia. Vivir la misión de la Iglesia doméstica significa que las familias
católicas vivirán, a veces, como minorías, con valores diferentes de los que
tiene la cultura que las rodea. Nuestra misión de amor exigirá valentía y
fortaleza. Jesús está llamando y nosotros podemos responder, eligiendo una vida
de fe, esperanza, caridad, gozo, servicio y misión.
Abreviaturas usadas en este documento. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Notas finales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si
no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha
dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se
puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta
dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor
propios de su humanidad.
San Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10, 4
de marzo de 1979
En estos días reflexionaremos de modo particular sobre la familia, que
es la célula básica de la sociedad humana. El Creador ha bendecido desde el
principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran
sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de
Dios, Uno y Trino. Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la
familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a
la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos,
como toda la vida. Trataremos de profundizar en la teología de la familia, y en
la pastoral que debemos emprender en las condiciones actuales. Hagámoslo con
profundidad y sin caer en la casuística, porque esto haría reducir
inevitablemente el nivel de nuestro trabajo. Hoy, la familia es despreciada, es
maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que
es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la
vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el
plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con
alegría en su vida, acompañándolo en sus muchas dificultades, con una pastoral
inteligente, animosa y llena de amor.
Papa Francisco
Palabras al Consistorio Extraordinario de
Cardenales
I. CREADOS PARA SER PARTICIPES DE SU GOZO
Somos más que un
accidente evolutivo. Somos más grandes que la suma de nuestra biología. Dios
existe. Dios es bueno. Dios nos ama. Nos hizo a su imagen para que participemos
de su gozo. Participa activamente en nuestra vida. Envió a su único Hijo para
restablecer nuestra dignidad y guiarnos de regreso a Él.
Un
plan para la vida y para el amor que nos sostiene
1.
La enseñanza católica sobre el matrimonio y la familia brota del corazón de
nuestra fe. Por ello, podemos empezar repasando la historia básica de la
Iglesia. Nuestro Dios no es inaccesible ni distante; creemos que Dios se revela
a sí mismo en Jesucristo. Jesús es la fuente de esperanza, fe, amor y gozo que
deben animar la vida de la familia católica. Él es la razón por la que podemos
confiar en la sabiduría de la creencia católica. Todo lo que ofrecemos en esta
catequesis brota de Jesús mismo[1].
2.
Como el Papa Francisco ha dicho recientemente sobre la vida matrimonial,
“Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que
sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar
totalmente nuestro futuro a la persona amada”[2]. Pero
vivimos en una época de un profundo escepticismo mundano acerca de cualquier
“plan que sobrepasa” o de cualquier significado trascendental a la experiencia
humana. Para muchas personas, la persona humana es poco más que un accidente
evolutivo; átomos de carbono con actitud. En otras palabras, para muchas
personas, no tenemos propósito más alto que cualquier significado que creemos
para nosotros mismos.
3.
En una era de sofisticada tecnología y riquezas materiales, ese tipo de
razonamiento sin Dios puede parecer verosímil. Pero a final de cuentas, es una
visión demasiado pequeña de quiénes somos como hombres y mujeres. Esta socava
la dignidad humana, deja hambrientas a las almas famélicas y no es verdadera.
4.
De hecho, ansiamos un significado. El anhelo de un propósito es una experiencia
humana universal. Por consiguiente, los seres humanos se han hecho siempre
preguntas básicas como “¿Quién soy?”, “¿Por qué estoy aquí?” y “¿Cómo debo
vivir?”. La fe cristiana emergió en el antiguo Mediterráneo, como una mezcla de
las culturas griega, romana y hebrea, entre otras. Era un mundo en el que
luchaban por el predominio muchas respuestas diferentes a las preguntas básicas
de la vida.
5.
Nuestra situación actual es similar. Como en el mundo antiguo, hoy las culturas
se superponen y se fusionan unas con otras. Entonces, como ahora, las
filosofías de vida compiten y ofrecen visiones diferentes de lo que forma una
vida buena. Al mismo tiempo, también abundan el sufrimiento y la pobreza, así como
el escepticismo —en algunas culturas— para con cualquier religión o filosofía
que reivindica ofrecer una verdad vinculante o amplia.
6.
Con tantas respuestas conflictivas, nuestra era es un tiempo de con- fusión.
Muchas personas buscan hoy sinceramente un significado, pero no saben en quién
confiar o hacia dónde encomendar su vida.
7.
En medio de esta incertidumbre, los cristianos son personas que confían en
Jesucristo.[3] A pesar de las
ambigüedades de la historia humana, el camino católico de la esperanza y el
gozo, el amor y el servicio, se fundamenta en un encuentro con Jesús. Como lo
proclamó San Juan Pablo II en su primera encíclica: “y tal revelación del amor
y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se
llama Jesucristo[4]. Todo se deriva de eso.
Jesucristo es la base de la
fe
cristiana.[5]
Jesús
revela a Dios y el plan comienza a desplegarse
8.
En la Biblia, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿quién dicen que soy yo?”
(Mateo 16, 13-20). La historia humana de los últimos 2,000 años ha girado en
torno a la respuesta. Los cristianos son personas que, habiendo conocido a
Jesús de muchas maneras (a través del testimonio de los santos y los apóstoles,
a través de la Sagrada Escritura y el sacramento, en la oración y el servicio a
los pobres, en el culto y a través de los amigos y la familia), son capaces de
confiar en Jesús y decir, con Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”
(Mateo 16, 16; LBL).
9.
Entre las muchas cosas que hizo en la Tierra, Jesús sufrió y, sin embargo, persistió
en el amor; a Jesús lo crucificaron manos humanas y, sin embargo, se levantó
victorioso sobre la muerte. Como Dios mismo sufrió estas cosas, los cristianos
creen que Dios no está desconectado de la condición humana. Ni siquiera creemos
en un dios caprichoso ni en una deidad que compite con los seres humanos. El
Dios en quien confiamos quiere que florezcamos. Gracias a Jesucristo, los
católicos tienen confianza en el amor de Dios por nosotros. Como el Papa
Francisco lo explicó en su primera encíclica: “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo,
sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de
bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio
de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y
ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado
el dolor, “inició y completa nuestra fe”.[6]
10.
En un sentido, todo en la teología cristiana es un comentario sobre lo que
significa decir que Dios se hizo hombre, murió y resucitó. La presencia de Dios
en carne humana en Jesús significa que el Creador trascendente del mundo es
también nuestro Padre inmanente, íntimo y completamente cariñoso. El Dios trino
siempre será un misterio infinito y, sin embargo, este mismo Dios también se
convirtió en un hombre particular en un momento y un lugar particulares. Dios
se volvió tan vulnerable como un bebé en un pesebre, o un hombre en una cruz. Jesús
enseñó y habló, se rió y lloró; su vida, su muerte y su resurrección significan
que, aunque Dios es inagotablemente misterioso, no es ininteligible. Es Jesús
quien nos permite hablar con confianza sobre Dios y la verdad divina.
11.
Jesús habla de sí mismo como el Hijo del Padre y, con su Padre, envía al
Espíritu Santo para que esté con su pueblo. De esta manera, aprendemos de Él
que la naturaleza de Dios es una comunión eterna de tres personas divinas,
Padre, Hijo y Espíritu Santo. A través del bautismo en su Iglesia, Jesús invita
a todos a ser parte de la alianza de Dios y a ser parte de la comunión divina.
La historia de Israel y, más tarde, la de la Iglesia, es una historia que tiene
una importancia universal, porque es una convocatoria a vivir como pueblo de
Dios y a participar en la comunión divina
Jesús
revela nuestra identidad humana y nuestro destino
12.
Jesús revela quién es Dios, incluso que Dios nos ama y que extiende su mano a
todos nosotros. Pero Jesús también revela lo que significa ser humano. El
Concilio Vaticano II, hablando de Jesús como la “Palabra” de Dios, enseñó que
“[e]n realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado”[7]. En Jesucristo, aprendemos
sobre nosotros mismos cosas que son verdaderas, que no podríamos inventar y
que, de lo contrario, no podríamos saber. Como dice la Biblia, “su vida está
ahora escondida con Cristo” (Colosenses 3, 3, LBL). Los católicos creen que
Dios ama así al mundo (Juan 3, 16) que, antes que dejarnos confundidos, Dios se
hizo carne humana para revelar quién es Él y quiénes somos nosotros. El
Concilio Vaticano II explica: La razón
más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión
con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios.
Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de
Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la
verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador.[8]
Como
lo resaltó el Papa Benedicto XVI en el último Encuentro Mundial de las
Familias, en Milán, en el 2012, “[e]l amor es lo que hace de la persona humana
la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios”.[9]
13.
La frase “imagen de Dios” viene del Génesis (Génesis 1, 26-27; 5, 1 y 9, 6).
Sugiere que cada persona es preciosa, con una dignidad única e irreducible. Tal
vez abusemos o usemos a otras personas o a nosotros mismos, pero no podemos
borrar esta verdad de cómo nos ha creado Dios. Nuestra dignidad básica no está
supeditada a nuestros logros o fracasos. La bondad de Dios y su amor por
nosotros es anterior y mucho más elemental que cualquier pecado humano. La
imagen de Dios permanece en nosotros, sin que importe lo que hagamos para oscurecerla.
Haber sido creados a imagen de Dios sugiere que nuestra alegría y realización
verdaderas yacen en conocernos, amarnos y servirnos unos a otros como Dios lo
hace.
14.
Hablar de los hombres y las mujeres como “imagen de Dios” significa que no
podemos hablar de humanidad sin hacer referencia a Dios. Si la naturaleza de
Dios es ser una Trinidad de comunión —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y si
estamos hechos a esa imagen, entonces nuestra naturaleza es ser
interdependientes. Para ser una persona, necesitamos comunión.[10]
“Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación
al otro ‘yo’”[11] Para ser nosotros mismos,
nos necesitamos unos a otros y necesitamos a Dios. Necesitamos amar a alguien y
que alguien nos ame. Para ser quienes fuimos creados para ser, debemos
entregarnos a nuestro prójimo. “El ser persona ... no [se] puede llevar a cabo
si no es ‘en la entrega sincera de sí mismo a los demás’. El modelo de esta interpretación de la
persona es Dios mismo como Trinidad, como comunión de Personas. Decir que el
hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios quiere decir también
que el hombre está llamado a existir ‘para’ los demás, a convertirse en un don”[12].
Para salvar nuestra vida, debemos entregársela a Dios (Mateo 10, 39; 16, 25).
Este relato teológico de la persona humana se convertirá en el proyecto de toda
teología moral, incluso de la enseñanza católica sobre la familia.
15.
Tal vez coqueteemos con fantasías de autosuficiencia. Pero estamos hechos a
imagen de Dios; y si queremos vivir como los hijos y las hijas de Dios que
verdaderamente somos, debemos aceptar su convocatoria a amarlo a Él y al
prójimo. Así como Jesús reveló la naturaleza de Dios a través de su amor y su
sacrificio, nosotros también aceptamos nuestra verdadera humanidad más
profundamente a medida que nos involucramos en relaciones de amor y servicio
con nuestro prójimo y en la adoración de Dios.
16.
Como lo notó el Vaticano II en su discusión sobre la dignidad humana, muchos
ateos creen que solo una “base puramente científica” puede decirnos todo lo que
necesitamos saber sobre nosotros mismos, sin referencia a nada que esté más
allá del mundo natural[13].
Pero los católicos sostienen que esta teología es esencial para la
antropología; en otras palabras, creemos que una comprensión de Dios y de su
propósito para la creación es vital para cualquier relato completo de los seres
humanos. Los católicos creen que la revelación de Dios de sí mismo en Jesús nos
trae de vuelta a nosotros mismos, revelando la verdad de quiénes somos,
revelando que —fundamentalmente— pertenecemos a Dios. El amor de Dios es
esencial para nuestra identidad y más fundamental que cualquier ansiedad,
ambición o pregunta que podamos tener. Como San Juan Pablo II enseñó al
principio de su pontificado, “[e]l hombre que quiere comprenderse hasta el
fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser
inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su
inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su
vida y con su muerte, acercarse a Cristo”[14].
17.
Al enseñar sobre el matrimonio, Jesús mismo se refiere al plan y al propósito
de Dios en la creación. Cuando los fariseos desafían a Jesús con una pregunta
sobre el divorcio, su respuesta recuerda que Dios creó seres humanos masculinos
y femeninos, y que el esposo y la esposa serán una sola carne[15].
(Mateo 19, 3-12, Marcos 10, 2-12) Del mismo modo, cuando el Apóstol Pablo
escribe a los corintios acerca de la ética sexual, les recuerda la unión de una
sola carne entre el hombre y la mujer, en la creación (1.a Corintios 6, 16).
Cuando les escribe a los efesios sobre el matrimonio, vuelve a recordarles esa
unión y les dice que ese es un “misterio muy grande”, que se refiere a Cristo y
a la Iglesia (Efesios 5, 32). Al escribirle a la Iglesia de Roma, habla de la
naturaleza y la voluntad de Dios, que se revelan en la creación, y habla de los
muchos pecados —incluso de los pecados sexuales— que surgen de apartarse de
nuestro conocimiento del creador (Romanos 1, 18-32).
El
amor es la misión de la familia
18.
A estas alturas deber estar claro por qué el tema del Encuentro Mundial de las
Familias del 2015 es “El amor es nuestra misión”. Uno de los documentos papales
más importantes del siglo xx, sobre la vida en familia —Familiaris consortio,
también de San Juan Pablo II— resumía cómo la enseñanza católica acerca de Dios
y la naturaleza humana da forma a las creencias católicas acerca de cómo
deberíamos vivir: Dios ha creado al
hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha
llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente
en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.
El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano[16].
El
amor de Dios nunca deja de convocarnos. No podemos renunciar a esta invitación.
Hemos sido creados a imagen de Dios y, a pesar de la realidad del pecado
humano, no se puede borrar la vocación implícita de nuestra creación.
19.
Las visiones católicas sobre el matrimonio, la familia y la sexualidad
pertenecen a una misión más grande de vivir de una manera que haga visible y
radiante el amor de Dios; vivir esta misión aviva la vida cotidiana con la
alegría de Dios. La persona humana en su totalidad —cuerpo y alma, nuestra
masculinidad y nuestra femineidad, y todo lo que proviene de cada una— está
incluida en la invitación de Dios. El subtítulo de este Encuentro Mundial de
las Familias es “La familia plenamente viva”, y por una buena razón. La familia
está más plenamente viva cuando aceptamos la invitación de Dios para ser los
hijos y las hijas que quería que fuéramos al crearnos.
20.
Nuestra era es un tiempo confuso e incierto. Jesucristo es un pilar confiable.
La dignidad humana descansa segura en Jesús, Dios hecho hombre. Jesús revela
quién es Dios y quiénes somos nosotros. En Jesús, encontramos a Dios, quien
tiende su mano a todos nosotros, que crea la comunión y nos invita a participar
de su gozo. Estamos hechos a imagen de Dios y estamos llamados a la comunión
con Él y con los demás. Este amor ofrece un propósito y da forma a todos los
aspectos de la vida humana, incluida la familia.
PREGUNTAS PARA
COMENTAR
a)
¿Qué tiene Jesús que hace que sea confiable?
b)
¿Qué cosas de su vida lo distraen de Jesús? ¿Qué lo ayudaría a familiarizarse
o
a acercarse más a Él?
c)
¿Qué significa ser “creado a imagen de Dios”? ¿Es posible comprender la
identidad humana sin Dios? ¿Por qué?
d)
El tema de esta catequesis es “El amor es nuestra misión”. ¿Qué significa el
“amor” en su vida? ¿Cómo una misión para amar afectaría sus elecciones, sus
prioridades y sus ambiciones?
II. LA
MISIÓN DEL AMOR
Dios obra a
través de nosotros. Nosotros tenemos una misión. Estamos en el mundo con un
propósito: recibir el amor de Dios y demostrar el amor de Dios a los demás.
Dios busca sanar un universo quebrantado. Nos pide que seamos sus testigos y
ayudantes en esa obra.
La
Sagrada Escritura da contenido y forma al significado del amor
21.
La historia comienza cuando fuimos creados a imagen de Dios. En la historia,
Dios convoca y forma a un pueblo. Él hace una alianza con nosotros, primero a
través de Israel y luego a través de Cristo y la Iglesia. En esta relación,
Dios nos enseña a amar como Él ama.
22.
En otras palabras, por haber sido creados para la comunión, aprendemos que el
amor es nuestra misión. El don de nuestra existencia precede y da forma a lo
que hacemos y la manera en que vivimos. En síntesis, “el modo de amar de Dios
se convierte en la medida del amor humano”[17].
23.
Vivir de esta manera requiere humildad. Requiere que conformemos nuestro
corazón a Dios y que veamos el mundo a través de sus ojos. El modo de Dios es
mejor, pero no siempre es el más fácil.
24.
La Biblia está llena de imágenes del amor de Dios. Dios es un padre que da la
bienvenida al hijo pródigo y le hace una fiesta (Lucas 15, 11-32). Dios es un
pastor que busca a su oveja perdida (Lucas 15, 3-7). Dios es una madre que
consuela a sus hijos (Isaías 66, 13). Dios es un amigo que sacrifica su vida
por los demás y llora cuando sus amigos sufren (Juan 11, 35). Dios es un maestro,
que nos enseña a amarnos y a servirnos mutuamente como prójimos (Mateo 22, 39).
Dios es un labrador, que nos cuida hasta que demos buen fruto (Juan 15, 1).
Dios es un rey que nos invita al banquete de bodas de su hijo (Mateo 22, 1-14).
Dios oye los gritos de un ciego y se detiene para preguntar: ¿qué quieres que
haga por ti? (Marcos 10, 46-52). Dios es acogedor, está lleno de compasión por
su pueblo y cuando tiene hambre, le ofrece alimento[18] (Mateo 14,
13-21), y se ofrece a sí mismo (Mateo 26, 26).
El
matrimonio es una imagen bíblica fundamental para el amor de Dios
25.
Todas estas imágenes y muchas otras nos ayudan a ver la profundidad del amor de
Dios. Resaltan el tipo de amor del que estamos llamados a dar testimonio en
nuestra vida. Pero, como observó el Papa Benedicto XVI, una imagen clave nos
ofrece el contexto para todas las demás:
“Dios ama a su pueblo”. En efecto, la
revelación bíblica es ante todo expresión de una historia de amor, la historia
de la alianza de Dios con los hombres. He aquí por qué la historia del amor y
de la unión entre un hombre y una mujer en la alianza del matrimonio fue
asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación[19].
26.
La simbología del matrimonio es fundamental para describir la alianza de Dios
con Israel y, más tarde, su alianza con la Iglesia. Como enseñó el Papa
Benedicto XVI, “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se
convierte en el ícono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa”[20].
La alianza de Dios es un tema central de la Sagrada Escritura, y el matrimonio
es la metáfora privilegiada de la Biblia que describe la relación de Dios con
la humanidad. En este mismo sentido, cuando era arzobispo de Munich, el Papa
Benedicto XVI había explicado: Podemos
decir que Dios creó el universo para involucrarse en una historia de amor con
la humanidad. Lo creó para que pudiera existir el amor. Detrás de esto se
encuentran las palabras de Israel que llevan directamente al Nuevo Testamento.
... Dios creó el universo para poder convertirse en un ser humano y derramar su
amor sobre nosotros y para invitarnos, a cambio, a amarlo[21].
27.
Esta simbología marital empieza en el Antiguo Testamento. Aquí aprendemos que
Dios nos ama íntimamente, con ternura y anhelo. “Los profetas Oseas y Ezequiel,
sobre todo, han descrito esta pasión de Dios por su pueblo con imágenes
eróticas audaces.”[22]
En Oseas, Dios promete “conquistar” a Israel, le hablará “a su corazón”, hasta
que ella responda “como cuando era joven” y que me diga “marido mío” (Oseas 2,
14-16). En Ezequiel, Dios habla a Israel con imágenes sensuales: “Eché sobre ti
mi manto, cubrí tu desnudez y te hice un juramento. Hice una alianza contigo,
palabra de Yavé y tú pasaste a ser mía. Te bañé con agua ... y te perfumé con
aceite ... Y quedaste magnífica: un día fuiste la reina”[23]
(Ezequiel 16, 8-13, LBL). Encontramos un lenguaje similar en Isaías,[24]
Jeremías,[25] y los Salmos.[26]
El Cantar de los Cantares ha desencadenado también siglos de sermones que usan
al matrimonio para explicar la intensidad del amor de Dios por su pueblo.
La
Biblia no es sentimental con respecto al amor marital
28.
El matrimonio entre Dios y su pueblo puede ser inestable. “La relación de Dios
con Israel es ilustrada con la metáfora del noviazgo y del matrimonio”, de modo
que cuando el pueblo de Dios peca, nuestra rebeldía se vuelve una suerte de
“adulterio y prostitución”[27].
En Oseas, el amor de Dios por Israel lo pone en la posición de un esposo
traicionado con una esposa infiel. Como Dios le dice a Oseas: “Vuelve a querer
de nuevo a una mujer adúltera que hace el amor con otros, así como Yavé ama a
los hijos de Israel a pesar de que lo han dejado por otros dioses” (Oseas 3, 1,
LBL).
29.
Cuando el pueblo de Dios olvida sus mandatos, descuida a los pobres que viven
en él, busca seguridad en potencias extranjeras o se vuelve a dioses falsos;
entonces el adulterio y la prostitución son las palabras correctas para
mencionar su infidelidad[28].
30.
Sin embargo, Dios se mantiene firme. En una reflexión reciente sobre Ezequiel
16, el Papa Francisco observó cómo habla Dios con palabras de amor, aun cuando
Israel es infiel[29]. Israel peca. Israel
olvida. Israel se prostituye, siguiendo a dioses falsos. Pero Dios no
abandonará a su pueblo de la alianza. El arrepentimiento y el perdón son
siempre posibles. La misericordia de Dios significa que Él busca el bien de
Israel aun cuando huya de Él. “Sí, Yavé te llama como a la esposa abandonada,
que se encuentra afligida. ¿Se puede rechazar la esposa que uno toma siendo
joven?, dice tu Dios. Te había abandonado un momento, pero con inmensa piedad
yo te vengo a reunir ... pero con un amor que no tiene fin me apiado de ti”
(Isaías 54, 6-8, LBL). Dios persevera en el amor por su pueblo, aun cuando
caigamos, aun cuando insistamos en tratar de vivir sin Él.
31.
Del mismo modo, el amor cristiano implica mucho más que emoción. Incluye lo
erótico y lo afectivo, pero también es una elección. El amor es una misión que
recibimos, una disposición que aceptamos, una convocatoria a la que nos
entregamos. Esta clase de amor tiene dimensiones que descubrimos a medida que
cedemos. Esta clase de amor busca y sigue a Dios, cuya fidelidad a la alianza
enseña lo qué es el amor. Dios nunca descarta a Israel por una compañera más
atractiva. Tampoco se desalienta con el rechazo. Nunca es caprichoso. Solo
desea lo mejor, el bien máximo y verdadero para su pueblo. Y mientras su amor
por Israel se apasiona con el deseo —nadie que lea a los profetas puede
negarlo—, este aspecto “erótico” del amor divino está siempre impregnado con la
fidelidad de Dios ofrecida en sacrificio[30].
El eros de Dios se integra siempre con su compasión y su paciencia.
Matrimonio,
amor y el sacrificio de Cristo en la cruz
32.
El amor de Dios está captado vivamente en Efesios 5, donde San Pablo extiende
la analogía del matrimonio a Cristo y la Iglesia[31].
Pablo urge a los esposos a que “expresen su respeto a Cristo siendo sumisos los
unos a los otros” (Efesios 5, 21). El matrimonio cristiano no es, por
consiguiente, una negociación por los derechos y las responsabilidades, sino
una descripción de una entrega mutua. Es mucho más radical que el simple
igualitarismo. Pablo escribe que “el hombre es cabeza de la mujer, como Cristo
es cabeza de la Iglesia” (Efesios 5, 23, LBL). Pero, ¿qué significa esto en
contexto y en la práctica? Pablo llama a los maridos a un amor de entrega de sí
mismos que refleje el sacrificio de Cristo en la cruz. Socavando el machismo y
la explotación, y en profundo contraste con los demás códigos domésticos del
mundo antiguo, Pablo enseña una dinámica en la imagen de Dios: “Maridos, amen a
sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”
(Efesios 5, 25, LBL). Valiéndose de Efesios 5, la Iglesia habla del matrimonio
como un Sacramento y convoca a las parejas a este tipo de comunión cruciforme
de sacrificio personal.
33.
Jesús permite que los cristianos hablen con confianza acerca del amor de Dios.
Este abre la alianza de Dios a todas las personas, completando la historia de
Israel como un relato universal de redención. Jesús encarna el amor dador de
vida porque es, literalmente, la Palabra de Dios hecha carne. Él ama a la
Iglesia como su esposa, y este amor desinteresado —probado con sangre en la
cruz— establece el modelo para el tipo de amor y servicio mutuos, necesarios
dentro de cada matrimonio y familia cristianos.
34.
Como lo enseñó el Papa Benedicto XVI: “Poner la mirada en el costado traspasado
de Cristo ... ayuda a comprender [que] “Dios es amor”. Es allí, en la cruz,
donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora
qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de
su vivir y de su amar”[32].
35.
Hoy, para muchos, el “amor” es poco más que un sentimiento cariñoso o una
atracción física. Estas cosas tienen su lugar. Pero el amor real —el amor que
dura y se profundiza, y satisface el corazón humano a lo largo de la vida—
crece a partir de lo que damos a los demás, no de lo que tomamos para nosotros
mismos. El Señor Jesucristo murió en una cruz por nuestra salvación. Este tipo
de capacidad radical y liberadora, de abandonar nuestras prerrogativas y de
entregarnos a los demás, es el hilo que une toda enseñanza católica sobre el
matrimonio y la familia. La auténtica enseñanza católica sobre el matrimonio y
la familia separa el amor verdadero de todo lo falso.
36.
La Sagrada Escritura tiene muchas formas
complementarias y superpuestas de describir el amor de Dios, pero el matrimonio
está en primer lugar. La alianza entre Dios y su pueblo —primero Israel y luego
la Iglesia— es como un matrimonio. Este matrimonio no siempre es fácil, pero el
pecado humano nunca tiene la última palabra. La fidelidad de Dios revela cómo
son el amor verdadero y la fidelidad. Jesucristo, que nos da a todos la
bienvenida a la membresía en la familia de Dios, nos da una nueva e inesperada
definición del amor, brindándonos posibilidades nuevas para vivir.
PREGUNTAS PARA
COMENTAR
a)
¿Por qué es el amor de Dios como un matrimonio?
b)
¿En qué se diferencia la manera de amar de Dios de nuestra manera humana de
amar?
c)
¿Qué es el amor verdadero y cómo lo reconocemos? ¿En que se parece y en qué se
diferencia la noción de su cultura acerca del amor romántico y el amor de la
alianza de Dios?
d)
¿Puede recordar alguna ocasión en que el amor de Dios lo haya ayudado a amar de
manera más honesta y mejor?
III . EL
SIGNIFICADO DE LA SEXUALIDAD HUMANA
El mundo tangible, terrenal y corpóreo es más que materia inerte o
arcilla de modelar para la voluntad humana. La creación es sagrada. Esta tiene
un significado sacramental. La creación refleja la gloria de Dios. Eso incluye nuestro
cuerpo. Nuestra sexualidad tiene el poder de procrear y participa en la
dignidad de ser creados a imagen de Dios. Tenemos que vivir según este
principio.
El mundo
físico natural rebosa de bondad espiritual
37. La fe católica ha sido siempre una religión fuertemente “física”. La
Biblia empieza en un jardín y termina con una fiesta[33].
Dios hizo el mundo, vio que era bueno y así pasó a la historia. Jesucristo, el
Hijo de Dios, se hizo carne y se convirtió en uno de nosotros. En los
Sacramentos, se consagran los objetos materiales y se los hace signos visibles
de la gracia. El pan y el vino comunes, el agua, el aceite y el contacto de las
manos humanas son maneras tangibles en las que la presencia de Dios se hace
efectiva y real.
38. Creemos en las obras de misericordia corporales. Cuando damos de
comer al hambriento, damos de beber al sediento, vestimos al desnudo, damos
posada al peregrino, atendemos al que está enfermo, visitamos al encarcelado o
enterramos a los muertos, en realidad atendemos a Jesús (Mateo 25, 25-40).
Confiamos en la bondad de la creación de Dios (Génesis 1, 4-31). Esta confianza
penetra en la imaginación católica. Se hace visible en nuestro arte y nuestra
arquitectura, en el ritmo de las
celebraciones y ayunos de nuestro calendario litúrgico, y en las devociones y
los sacramentales populares.
La sexualidad
masculina y la femenina participan de nuestro propósito espiritual
39. La creación material tiene un significado espiritual, que a su vez
tiene un efecto en la manera en que vivimos como hombre y mujer. Nuestra
sexualidad tiene un propósito. Nuestro cuerpo no es simplemente un cascarón
para el alma o una máquina sensorial para el cerebro. Tampoco es materia prima
de la que podemos abusar libremente o a la que podemos reprogramar. Para los
cristianos, el cuerpo y el espíritu están profundamente integrados. Cada ser
humano es una unidad de cuerpo y alma. Santa Hildegarda de Bingen escribió que
“el cuerpo, sin embargo, es el edificio del alma, que trabaja en él según su
sensibilidad, como el agua que mueve la rueda del molino”[34].
El cuerpo tiene una dignidad innata como parte de la creación de Dios. Es una
parte íntima de nuestra identidad y de nuestro destino eterno. Literalmente,
los dos sexos encarnan el designio de Dios de interdependencia humana,
comunidad y apertura a una vida nueva. No podemos denigrar el cuerpo ni abusar
de él sin que le cueste al espíritu.
40. Por supuesto, no siempre amamos como deberíamos. El sexo es un
factor excepcionalmente poderoso en los asuntos humanos, tanto para el bien
como para el mal. Y, por lo tanto, la sexualidad desordenada o usada
incorrectamente ha sido siempre una fuente principal de confusión y pecado. El
deseo sexual y el conocimiento de sí mismo pueden ser complejos y no se
interpretan a sí mismos. Nuestra identidad se revela en Jesús y en el plan de
Dios para nuestra vida, y no en aserciones personales caídas.
41. El matrimonio existe porque la procreación y la comunión, la
biología y la alianza de Dios, la naturaleza y la sobrenaturaleza, apoyan
juntas lo que significa ser “humano”. El matrimonio existe porque descubrimos y
aceptamos, antes que inventar o renegociar, la vocación de entrega de uno
mismo, intrínseca al ser creado hombre y mujer bajo la alianza. El matrimonio
es creación de Dios porque somos criaturas de Dios y porque Él creó al hombre y
a la mujer para que se hermanen con Él en su alianza.
42. Nuestro origen tiene dos sexos diferentes y complementarios, y
nuestra llamada al amor, a la comunión y a la vida son una y el mismo momento[35].
En palabras del Papa Francisco: “Esta es la historia del amor. Esta es la
historia de la obra maestra de la creación”[36].
43. Este llamado al amor, a la comunión y a la vida involucra todo el
ser del hombre y de la mujer, el cuerpo y el alma. La persona humana es,
simultáneamente, un ser físico y espiritual[37].
El cuerpo, en cierto sentido, revela a la persona[38].
Como resultado, la sexualidad humana nunca es simplemente funcional. La
diferencia sexual, visible en el cuerpo, contribuye directamente con el
carácter esponsal [sic] del cuerpo y la capacidad de la persona para amar[39].
En el centro de este llamado a amar se encuentra esta convocatoria de Dios:
“sean fecundos y multiplíquense” (Génesis 1, 28, LBL). Por consiguiente, la
unión conyugal de una pareja a través del cuerpo, por su misma naturaleza, es
también un llamado a vivir como padre y madre[40].
44. Por una buena razón, oímos placer en las palabras de Adán al ver por
primera vez a Eva: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”
(Génesis 2, 23, LBL). El Catecismo de la Iglesia Católica nota que,
desde el principio, “[e]l hombre descubre en la mujer como otro ‘yo’, de la
misma humanidad”[41]. El hombre y la mujer
comparten una dignidad igual, que proviene de Dios, su Creador. En el plan de
Dios, tanto la semejanza como la otredad del hombre y la mujer coinciden en su
complementariedad sexual como masculino y femenino. Creados juntos (Génesis 1,
26-27), el hombre y la mujer son creados el uno para el otro[42].
La diferencia sexual es un recordatorio primordial de que estamos hechos para
entregarnos a los demás guiados por la virtud y el amor de Dios.
45. San Juan Pablo II hablaba frecuentemente acerca del “significado ‘esponsalicio’
del cuerpo”[43]. Repetía la enseñanza del
Vaticano II de que “[e]sta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera
de la comunión de personas humanas”[44].
Pero la diferencia sexual marca todas nuestras relaciones, incluso para los
solteros, ya que cada uno entra en la vida como hijo o hija. Estamos llamados a
ser hermano o hermana no solo de nuestros familiares, sino también de los
necesitados de nuestro vecindario, nuestra comunidad y nuestra iglesia. Nuestra
identidad como hombres y mujeres es el fundamento de nuestro llamado a la
paternidad o a la maternidad, natural o espiritual. De esta manera, la
diferencia sexual tiene una importancia universal.
46. Debido a que es un componente central de nuestra identidad, la
sexualidad no se puede aislar del significado de la persona humana. El sexo
nunca es simplemente un impulso físico o emocional. Siempre implica más. El
deseo sexual muestra que nunca somos autosuficientes. Anhelamos la intimidad
con otros. La relación sexual, sin importar lo “casual” que sea, nunca es
simplemente un acto biológico. De hecho, la intimidad sexual es siempre, en
cierto sentido, conyugal, porque crea un vínculo humano, sin importar lo
involuntario que sea. Un acto conyugal correctamente ordenado nunca es
simplemente una mirada introspectiva, un acto erótico autónomo. Nuestra
sexualidad es personal e íntima, pero siempre con una dimensión y una
consecuencia sociales. Un matrimonio sacramental nunca es una posesión privada,
sino que se descubre a sí mismo en relación con la alianza más amplia de Dios.
Tenemos una
ética sexual porque el sexo tiene una importancia espiritual
47. Dos vocaciones diferentes le hacen justicia al llamado del ser
masculino y femenino en el plan de Dios: el matrimonio y el celibato. Estas dos
disciplinas convergen en la premisa compartida de que la intimidad sexual entre
un hombre y una mujer pertenece y florece en el contexto de una alianza. El
celibato es la manera en que las personas solteras confirman la verdad y la
belleza del matrimonio. Tanto el celibato como el matrimonio se abstienen de
actos sexuales que usan a los demás en formas condicionales o temporales. La
auténtica abstinencia célibe no es, ciertamente, un desdén por el sexo, sino
que honra al sexo insistiendo en que la intimidad sexual sirve a la alianza y
es servida por ella. Al vivir en la luz de la alianza, tanto las parejas
casadas como los célibes ofrecen su sexualidad a la comunidad, para la creación
de una sociedad que no se base en la concupiscencia y la explotación.
48. Los siguientes tres capítulos tratarán con más detalle el matrimonio
(capítulos cuatro y cinco) y el celibato (capítulo seis). Pero ambas maneras de
vivir están enraizadas en la convocatoria de Dios a vivir la masculinidad y la
femineidad de maneras abnegadas y generosas. Ambas maneras de vivir miran la
alianza de Dios y reciben el hecho de ser creados como hombre y mujer, como
ocasiones de alegría. La disciplina que imponemos a nuestro amor —la disciplina
de la alianza— a veces se siente como una carga. Pero, precisamente, esta
disciplina honra y revela el verdadero significado del amor creado a imagen de
Dios.
49. Nuestra creación como hombres y mujeres a imagen de Dios es la razón
por la que estamos llamados a la virtud de la castidad. La castidad se expresa
de maneras diferentes, según estemos casados o no. Pero para todos, la castidad
implicar negarse a usar nuestro propio cuerpo o el de otras personas como
objetos para el consumo. La castidad es el hábito, ya sea que estemos casados o
no, de vivir nuestra sexualidad con dignidad y gracia a la luz de los
mandamientos de Dios. Lo opuesto a la castidad es la lujuria. La lujuria
implica mirar a los demás de manera utilitaria, como si el cuerpo del otro
existiera simplemente para satisfacer un apetito. La verdadera castidad “no
conduce ... al desprecio del cuerpo”, pero ve al cuerpo en las dimensiones
enteras de la condición humana[45].
La castidad es un gran “sí” a la verdad de la humanidad creada a imagen de Dios
y llamada a vivir en la alianza.
50. Una vez entendido esto, la castidad es algo que todos están llamados
a practicar. “Todo bautizado es llamado a la castidad...[46]
Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras
practican la castidad en la continencia.” El amor conyugal casto sitúa al eros
en el contexto del amor, el cuidado, la fidelidad y la franqueza con los niños.
El celibato casto, a través de su continencia, concuerda con que la intimidad
sexual pertenece al contexto del amor, el cuidado y la fidelidad.
51. Las raíces de esta enseñanza cristiana son antiguas. Como escribió
San Ambrosio en el siglo iv, “[s]e nos enseña que hay tres formas de la virtud
de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la
virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras.... En esto la
disciplina de la Iglesia es rica”[47].
52. La manera de vivir esta enseñanza concretamente a través del
matrimonio o el celibato, y en las circunstancias actuales que a veces son
difíciles, es una tarea que nos guiará en lo que resta de esta catequesis.
53. Dios creó todo el mundo material por amor a nosotros. Todo lo que
podemos ver y tocar, incluso nuestro cuerpo masculino y el femenino, se creó
por el bien de la alianza de Dios. No siempre amamos como deberíamos, pero el
patrón de amor de Dios nos protege y nos llama de vuelta a nuestra verdadera
naturaleza. El matrimonio y el celibato son las dos maneras de estar juntos
como hombre o mujer a la luz de la alianza de Dios y, por estas razones, tanto
el matrimonio como el celibato se consideran maneras castas de vivir.
PREGUNTAS PARA
COMENTAR
a)
¿Por qué los católicos disfrutan y valoran tanto el mundo físico y tangible?
Piense en algo hermoso, como la naturaleza, los cuerpos, el alimento o el arte;
¿por qué son estas cosas tan importantes en la tradición católica?
b)
¿Cuál es el propósito de la creación? ¿Es el mundo físico una página en blanco,
que somos libres de manejar y explotar de acuerdo con nuestros propios deseos?
c)
Cosas como el descanso, la comida, el placer y la belleza son atractivas. Pero,
a veces, hemos sentido profundamente deseos y apetitos que van más allá de lo
que es bueno para nosotros. ¿Cómo sabemos cuándo un deseo está legitimado y es
bueno? ¿Cómo podemos estimar la creación y nuestro cuerpo, y disfrutar de
ellos, en la vida cotidiana?
d)
¿Por qué cree que la práctica católica incluye tradicionalmente celebraciones y
ayunos? ¿Y celibato y matrimonio?
IV. DOS QUE
PASAN A SER UNO
No fuimos creados para estar solos. Los seres humanos se necesitan y se completan
mutuamente. La amistad y la comunidad satisfacen ese anhelo con vínculos de
amor y de intereses comunes. El matrimonio es una forma de amistad
particularmente íntima que llama a un hombre y a una mujer a amarse de manera
comparable a la alianza de Dios. El matrimonio es un Sacramento. El amor del
matrimonio es fructífero y se ofrece sin reservas. Este amor existe a imagen de
la fidelidad de Jesús a la Iglesia.
La virtud, el
amor y la bondad nos ayudan a cumplir nuestro destino
54. Se suelen elegir los versículos 1.ª Corintios 13, 4-7 para las bodas
cristianas: “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos,
no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se
deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que
se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y
lo soporta todo”. (LBL)
55. El texto es bello. Por haber sido creados a imagen de Dios, amar de
este modo es coherente con nuestra verdadera naturaleza humana. Pero amar así
nunca es fácil. Requiere humildad y paciencia. Como dijo el Papa Francisco
recientemente: “La fe no es un refugio para gente pusilánime”.[48]
El amor conyugal debe construirse sobre algo más que el romance. El romance es
maravilloso, pero solo no puede sobrevivir a las preocupaciones y los desafíos
inevitables que se les presentan a todos los matrimonios. Para ser lo que
somos, para amar en la manera en que fuimos creados para amar, son necesarias
ciertas virtudes. Debemos estar alertas a estas virtudes y cultivarlas, para
cumplir nuestro destino.
56. La “Teología del Cuerpo”, de San Pablo II, habla de cierta “libertad
interior” y “autodominio” que necesitan tener los esposos para verdaderamente darse
el don de sí mismos al otro[49].
Una persona demasiado atada a las expectativas románticas, sin el fermento de
la libertad interior y la capacidad de donación propia, carecerá de
flexibilidad. Para vivir la sacramentalidad del matrimonio y seguir el camino
de la alianza, los esposos necesitan la capacidad de superar el resentimiento,
dejar a un lado los derechos y avanzar en la generosidad. Sin esta libertad y poder
interior, surgen serios problemas porque la vida pone a los esposos en
situaciones que, con frecuencia, no son nada románticas.
57. Ningún matrimonio fundado en la mera atracción sexual perdura. Las
parejas eróticas centradas sobre todo en la posesión mutua no tienen la
habilidad interior para dar un paso atrás y hacer lugar a la autocrítica, la
reconciliación y el crecimiento. La promesa matrimonial de amar
incondicionalmente como ama Dios ayuda, de verdad, a crear y proteger este
espacio vital. El compromiso sacramental de realizar la obra del amor, aun
cuando amar sea difícil, es un ingrediente esencial de la alianza de Dios.
El amor
genuino establece un compromiso
58. Ningún mortal puede satisfacer todos nuestros anhelos. La verdadera unión
matrimonial se basa en la alianza de Dios, una alianza que admite el deseo
erótico, pero que compromete aún más fundamentalmente a hombres y mujeres
mutuamente ante la enfermedad y la salud, la riqueza y la pobreza. El
matrimonio cristiano no es una prueba romántica ni “algo pasajero” con
condiciones[50]. La llamada “unión a prueba”,
un intento de vivir íntima pero hipotéticamente, para poner a prueba la
relación y continuarla solo mientras dure el romance, es un contrasentido[51].
El Papa Francisco recientemente trató este punto en un discurso público: “¿Pero
vosotros sabéis que el matrimonio es para toda la vida?”. “Ah, nosotros nos
queremos mucho, pero... estaremos juntos mientras dure el amor. Cuando acabe,
uno por un lado, el otro por otro”. Es el egoísmo: cuando yo no siento, corto
el matrimonio y me olvido de ese “una sola carne”, que no puede dividirse. Es
arriesgado casarse: ¡es arriesgado! Es ese egoísmo el que nos amenaza, porque
dentro de nosotros todos tenemos la posibilidad de una doble personalidad: la
que dice: “Yo, libre, yo quiero esto...”, y la otra que dice: “Yo, mi, me,
conmigo, para mí...”. El egoísmo siempre, que vuelve y no sabe abrirse a los
demás[52].
En un mundo posmoderno donde la confianza es escasa, el matrimonio parece
abrumador. Tememos llegar a estar atados a la persona equivocada. En un mundo
globalizado, donde la ansiedad por la economía está, con frecuencia, bien
fundada, también podemos preocuparnos por que todos los desafíos y dudas de la
vida sobre la seguridad financiera o económica estén resueltos y terminados
antes de poder amar como Jesús hizo.
59. En respuesta a todas las posibles preocupaciones y temores, la Iglesia
ofrece a Jesús los Sacramentos y el apoyo de sus propios miembros en comunión
mutua, con la seguridad de que, para todos sus desafíos, el camino del amor
cristiano es posible y revelará nuestra verdadera naturaleza.
La Iglesia promete a sus hijos e hijas que el matrimonio es un Sacramento,
que el vínculo y la práctica del matrimonio católico hacen que mantener la
gracia sea algo real, presente y eficaz. En respuesta a nuestros miedos y
ansiedades, la Iglesia insiste que, prometer amor en la manera de la alianza,
no es un compromiso hipotético propio de los santos míticos que son perfectos,
sino un compromiso real y posible para verdaderos pecadores que siguen el
camino. Como dice el Papa Francisco, “el sacramento del matrimonio ... se
realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana.
Sabemos bien cuántas dificultades y pruebas tiene la vida de dos esposos... Lo
importante es mantener viva la relación con Dios, que es el fundamento del
vínculo conyugal.”[53]
60. Amar de este modo no es algo que podamos posponer diciendo que lo
intentaremos cuando hayamos resuelto ciertas cuestiones prácticas; en cambio,
los asuntos prácticos de la vida se encaran de forma adecuada solo cuando
amamos de este modo. Amar de este modo no es un ideal de un horizonte
inalcanzable; en cambio, amar de este modo es algo que elegimos hacer en la
vida diaria, empezando aquí y ahora, en medio de las presiones cotidianas. Como
el Papa Francisco enseñó en otra ocasión: El matrimonio es también un trabajo
de todos los días, podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería,
porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su esposa y la esposa tiene
la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como
hombre y como mujer. Y esto se hace entre vosotros. Esto se llama crecer
juntos. Esto no viene del aire. El Señor lo bendice, pero viene de vuestras
manos, de vuestras actitudes, del modo de vivir, del modo de amaros. ¡Hacernos
crecer! Siempre hacer lo posible para que el otro crezca[54].
El Papa Francisco reconoce que muchas personas podrían tenerle miedo a
tal desafío; muchas podrían evitar el matrimonio por escepticismo o temor: Muchas
personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas. ... Hacer opciones
para toda la vida, parece imposible. ... Y esta mentalidad lleva a muchos que
se preparan para el matrimonio a decir: “estamos juntos hasta que dura el
amor”... ¿Pero qué entendemos por “amor”? ¿Sólo un sentimiento, un estado
psicofísico? Cierto, si es esto, no se puede construir sobre ello algo sólido.
Pero sí en cambio el amor es una relación, entonces es una realidad que crece,
y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la
casa se construye juntos, no solos. ... No queréis fundarla en la arena de los
sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que
viene de Dios. ... Por favor, no debemos dejarnos vencer por la “cultura de lo
provisional”. ... [Este miedo del “para siempre” se] cura día a día,
encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino espiritual
cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común...[55]
Los buenos
matrimonios se construyen sobre las virtudes, en especial, la misericordia y la
castidad
61. Las parejas que quieren construir su matrimonio sobre las rocas cultivarán
ciertas virtudes. El Catecismo de la Iglesia Católica promete que,
mediante el Sacramento del Matrimonio, Cristo permanece en la pareja, ayuda a
los esposos a cargar su cruz, a “levantarse después de sus caídas”, a
perdonarse y llevar las cargas unos a otros.[56]
El Papa Francisco se refiere brevemente a esto cuando dice que “vivir juntos es
un arte … que se [puede] resumir en estas tres palabras ... : permiso, o sea
‘puedo’, … gracias y perdón”[57].
Aprender a decir estas cosas puede ser difícil. Pero, cuando faltan estas
palabras, los matrimonios pueden hacerse muy dolorosos rápidamente.
62. Para que un matrimonio crezca, son necesarias y relevantes todas las
virtudes cardinales (prudencia, templanza, justicia, fortaleza) y las virtudes
teológicas (fe, esperanza y amor). La castidad, en particular, es la semilla de
la cual crecen los matrimonios sólidos. Para entrenar nuestro corazón para el
matrimonio, necesitamos el ejercicio de la libertad interior, el ejercicio de
ver nuestra sexualidad en el contexto de comunión y santidad de la mutua
humanidad. La castidad forma buenos hábitos de abnegación personal y
autocontrol, que son requisitos para tratar a los demás con misericordia. Las
fantasías conyugales, ausentes en el corazón casto, son un comienzo pobre para
el largo camino de la misericordia.
63. La unión matrimonial real también depende de la misericordia, una
cualidad que aprendemos de Jesús y que vemos en toda la alianza de Dios. En la
liturgia, rezamos “Señor, ten piedad”. Jesús nos da su piedad para que podamos
ser misericordiosos.
64. La misericordia crece cuando amamos como Cristo nos mostró. La
“gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de
toda la vida cristiana”[58].
Los católicos creen que “actúa Cristo mismo” en cada uno de los siete
Sacramentos y que el Espíritu Santo es un fuego en los Sacramentos que
“transforma en vida divina” todo lo que toca[59].
En el Sacramento del Matrimonio, se hace visible la alianza de Dios, se
comunica y se comparte la gracia de la alianza[60].
En el Sacramento del Matrimonio, la alianza de Dios entra a nuestro hogar y se
convierte en el cimiento de nuestra familia.
65. El matrimonio cristiano es un asunto de entrega mutua. Y, por supuesto,
existen alternativas, otros modelos de matrimonio en la sociedad en general.
Pero llegar al grado en el que el “matrimonio” es un premio que nos permitimos
y una pareja solo después de una larga secuencia de pruebas eróticas, o al
punto en que es un contrato, una división de derechos entre individuos para
proteger su propia autonomía, es sembrar las semillas de la desilusión y del
conflicto. El erotismo experimentará altibajos, y un marco de disputa de
derechos no es terreno fértil para la misericordia.
66. A lo largo de los siglos, los seres humanos se han casado por
innumerables razones, algunas de ellas ennoblecedoras, algunas pragmáticas. En
el matrimonio sacramental, la Iglesia nos ofrece cobijo, gracia y aprendizaje
diario en la naturaleza del amor de Dios. Los votos matrimoniales de la Iglesia
recuerdan constantemente los mejores sentimientos de los esposos, y colocan al
matrimonio en relación a los demás sacramentos, en especial el de la Penitencia
y el de la Eucaristía.
Esta economía sacramental ubica la reconciliación y la fidelidad en los cimientos
de la vida conyugal y, al hacerlo, fomenta y protege la verdadera comunión
entre los sexos. Para los hombres y las mujeres de la época posmoderna, que no
saben en qué ni en quién pueden confiar, tal aventura parece riesgosa. Pero la
Iglesia, que conoce el corazón humano mejor de lo que nos conocemos a nosotros
mismos, también sabe quién es Jesús: es el Señor, es confiable y su camino de
amor es, en
definitiva, el único camino.
67. Jesús crea una nueva posibilidad para nosotros, una visión del
matrimonio basada en su alianza con la Iglesia, un matrimonio basado en la permanencia,
la castidad y la misericordia perpetuas. Podemos ver que este matrimonio
sacramental, que se integra en la totalidad de la vida cristiana, para cultivar
las virtudes del amor, la libertad interior, la fidelidad, la misericordia y el
perdón, es un proyecto de toda la vida que se construye sobre los hábitos de
oración, de participación en los Sacramentos y conocimiento de la historia de
la alianza de Dios. El Señor sabe que no todos los matrimonios manifiestan
todas las virtudes todo el tiempo, pero, gracias a su misericordia, nos da la
Penitencia y la Eucaristía, para que podamos crecer en nuestra capacidad de
amar como Jesús lo hace. Orientar nuestra vida de este modo demanda sacrificio,
pero, al final, esta vida es bella. Jesús es el camino de la verdad y de la
alegría.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) ¿Qué es la espiritualidad católica del matrimonio? ¿Qué pueden hacer
las familias para celebrar y proteger el matrimonio cristiano?
b) Si el matrimonio es un sacramento, ¿qué consecuencias tiene esto para
el noviazgo? ¿Qué cualidades deberíamos buscar en un posible cónyuge?
c) ¿Cómo se relacionan los Sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía con el Sacramento del Matrimonio?
d) En el Padre Nuestro, decimos: “perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¿Es fácil o es difícil para ustedes
hacer esto? ¿De qué manera el perdón posibilita las relaciones?
V. CREAR EL
FUTURO
El matrimonio tiene como propósito ser fértil y recibir la vida nueva.
Los niños dan forma al futuro, así como a ellos se les da forma en su familia. Sin
niños, no puede haber futuro. Los niños criados con amor y guía son el cimiento
de un futuro amoroso. Los niños heridos presagian un futuro herido. Las
familias son la base sólida para todas las comunidades más extendidas. Las
familias son Iglesias domésticas, lugares donde los padres ayudan a los niños a
descubrir que Dios los ama y tiene un plan para la vida de cada uno de ellos.
El matrimonio
da contexto espiritual a las posibilidades creadas por la biología
68. El matrimonio incluye amor, lealtad y compromiso. Pero lo mismo hacen
otras relaciones valiosas. El matrimonio es algo distinto. El matrimonio es la
alianza establecida sobre la capacidad de procrear del hombre y la mujer.
Nuestra biología tiene ciertos límites y posibilidades, y el matrimonio es una
respuesta para vivir esta situación en santidad.
69. Trataremos la otra respuesta (el celibato) en el próximo capítulo. Comentaremos
los desafíos relacionados con la fertilidad en el matrimonio, desafíos que
surgen de las ideas de anticoncepción y matrimonio entre personas del mismo
sexo, en el capítulo siete. En esta sección, es necesario comentar de qué
manera el amor conyugal integra la fertilidad de hombres y mujeres con el
Sacramento de la alianza de Dios.
70. El matrimonio es la respuesta a la posibilidad de procreación entre hombres
y mujeres. Cuando un hombre y una mujer se casan, dando el paso del libre
consentimiento a las promesas mutuas de fidelidad y permanencia[61],
el matrimonio sitúa a la procreación en el contexto de la dignidad y la
libertad humanas. Los votos matrimoniales son análogos a la alianza de Dios con
Israel y con la Iglesia. La Iglesia enseña que el matrimonio es “la alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio
de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y
a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la
dignidad de sacramento entre bautizados”[62].
En pocas palabras, el matrimonio es una comunidad de vida y de amor[63].
71. El Sacramento del Matrimonio pone a disposición de los esposos el
poder de la fidelidad de la alianza de Dios y su comunión Triuna como Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Este fundamento espiritual ofrece un razonamiento nuevo
y más profundo de la fecundidad biológica, porque recibir un hijo es una
extensión de la generosidad divina. De este modo, podemos ver cómo los clásicos
“tres bienes del matrimonio” agustinianos (prole, fidelidad y sacramento) están
enraizados en el plan divino[64].
La vocación
espiritual de la paternidad
72. Como cualquier asunto vocacional, la duda sobre tener hijos y cuándo
tenerlos no es algo que se decida simplemente según un criterio de
auto-referencia humano. Existen “condiciones físicas, económicas, psicológicas
y sociales” reales y legítimas del ser humano, que los esposos deberían
discernir[65]. Pero, en definitiva, la
decisión de tener hijos se basa en las mismas razones que el matrimonio
sacramental mismo: amor en forma de servicio, sacrificio, confianza y
receptividad a la generosidad de Dios. El matrimonio católico se fundamenta en
los Sacramentos y el apoyo de la comunidad cristiana, y así, cuando los esposos
consideran la posibilidad de convertirse en padres, continúan en el mismo
contexto espiritual y comunitario.
73. Cuando los esposos se convierten en padres, la dinámica interior de
la creación de Dios y el Sacramento del Matrimonio se hace visible de una
manera bella y particularmente clara. Cuando un esposo y una esposa tienen
hijos bajo el modelo del amor de Cristo por nosotros, este mismo amor también
orienta a los nuevos padres en la educación y la formación espiritual de sus
hijos[66].
“Estos niños son el eslabón de una cadena” —dijo el Papa Francisco cuando,
recientemente, bautizó a 32 bebés—. “Vosotros padres traéis a bautizar al niño
o la niña, pero en algunos años serán ellos los que traerán a bautizar a un
niño, o un nietecito ... Así es la cadena de la fe”[67].
74. Esta cadena de niños y padres abarca milenios. Dos veces por día, aún
hoy, las oraciones judías empiezan con el antiguo Shemá, una oración que
está en Deuteronomio: Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es Yavé-único. Y tú
amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos
a tus hijos, habla de ellos tanto en casa como cuando estés de viaje,
cuando te acuestes y cuando te levantes[68].
75. Nosotros repetimos: repíteselos a tus hijos. En el núcleo de
este mandamiento, esta la responsabilidad fundacional, está la reafirmación diaria
de la alianza entre Dios e Israel. Los padres deberían nutrir y guiar a los
hijos dentro de la relación con Dios, de su comunidad. Por lo tanto, el
Deuteronomio dice: recita y comparte las glorias de Dios con tus hijos. Jesús
dice lo mismo a sus discípulos: “Dejen a esos niños y no les impidan que vengan
a mí”. (Mateo 19, 14) Tanto el Deuteronomio como Jesús nos están hablando a
nosotros. Los dos nos dicen: Asegúrense de que los niños que están bajo su
cuidado tengan una relación con Dios y con el pueblo de Dios. Enséñenles a
rezar y a contemplar al Señor. Inculquen esto diariamente en su casa y no le
pongan obstáculos.
76. Esta vocación expresa el propósito de la paternidad católica. El
mismo amor que abarca a hombres y mujeres, enseñándoles los caminos de la
alianza y trayéndolos al Sacramento del Matrimonio, conduce a una pareja a
convertirse en una familia[69].
Cuando marido y mujer se convierten en padre y madre: “De este consorcio
procede la familia, en la que nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana,
quienes, por la gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo
hijos de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de Dios”[70].
Los cristianos tienen hijos no solo para perpetuar la especie y constituir la sociedad,
sino también para que la familia toda pueda estar formada por la comunión de
los santos. En palabras de San Agustín, el amor sexual del hombre y la mujer
“es como un semillero de la ciudad”[71],
y él no se refiere solo a la ciudad terrenal o a la sociedad civil, sino
también la ciudad celestial, a la Iglesia en todo su esplendor.
La vida en la
Iglesia doméstica
77. El Vaticano II llamó a la familia “iglesia doméstica”, Ecclesia
domestica: En esta especie de Iglesia
doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la
fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de
cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada.[72]
La naturaleza vocacional de la vida familiar requiere atención. “En los designios
de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse”[73],
pero, al igual que la edificación del matrimonio, el discernimiento de la
vocación “no viene del aire”[74].
Los hábitos de discernimiento pueden enseñarse y cultivarse. Es responsabilidad
de la madre y del padre acompañar a los hijos en la casa y en la iglesia, y
rezar juntos con regularidad. No aprenderán a hacerlo si no se les enseña. Los
padres pueden buscar la ayuda de los padrinos, los abuelos, los maestros, el
clero y los religiosos para cumplir sus responsabilidades, así ellos también
pueden crecer y aprender sobre la oración. El Papa Francisco, un jesuita con
muchos años de formación en el arte del discernimiento, describe la manera en
que se une la oración con la conciencia vocacional: “[E]s importante tener una
relación cotidiana con Él, escucharle en silencio ante el Sagrario y en lo
íntimo de nosotros mismos, hablarle, acercarse a los Sacramentos. Tener esta
relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida
para que Él nos haga oír su voz, qué quiere de nosotros”[75].
78. Practicar y enseñar el discernimiento como familia implica paciencia
y oración, un deseo constante de purificar las intenciones, de confesarse y
hacer penitencia, de ser paciente en la lenta tarea de crecer en la virtud, de
abrir la imaginación a la Sagrada Escritura y al testimonio de la Iglesia, y de
comprender la propia vida interior. Aprender a discernir por nosotros mismos y
transmitir esto a nuestros hijos requiere humildad, amplitud para la crítica
constructiva y conversaciones sobre la manera en que Dios podría estar actuando
en nuestra vida. Un enfoque vocacional de la vida conlleva la voluntad de ser
sinceros sobre nuestros propios deseos, pero, sobre todo, de ofrecer nuestra
vida a Dios, de estar abiertos a las aventuras y los planes nuevos que podrían presentarse
cuando decimos “hágase tu voluntad”[76].
Santa Teresa del Niño Jesús rezaba de esta manera cuando era pequeña: “Dios
mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por Ti.
Sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala”[77].
79. En especial cuando una familia tiene muchos hijos pequeños, los padres
se enfrentan a una gran variedad de fuentes de estrés. La paternidad es
demandante. Pero si la meta de la vida familiar cristiana es abrir todos los
días las ventanas del hogar a la gracia de Dios, entonces, aun en medio de la
fatiga y el desorden doméstico, los padres pueden permanecer abiertos al
Espíritu Santo. Nadie quiere sobrecargarlos más. Pero “la caridad divina ... no
hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante
todo, en la vida ordinaria”[78]. En
la vulnerabilidad de tales momentos, los padres pueden descubrir lo que San
Pablo quería decir con “Pues si me siento débil, entonces es cuando soy
fuerte”. (2.a Corintios 12, 10, LBL)
80. La paternidad tiene un modo de desanimar las pretensiones, de hacernos
ver que no somos autosuficientes, sino que necesitamos ayuda y fortaleza de
Dios, de la familia, de la Iglesia y de los amigos. La manera en que la familia
responde a la adversidad y la enfermedad; o reúne alimentos y devociones; o
toma decisiones financieras y establece prioridades; o hace elecciones acerca
del ocio, el trabajo o la carrera de los padres, la educación académica de los
hijos, o, incluso, las rutinas a la hora de dormir; todos estos y muchos otros
aspectos cotidianos de la “economía familiar” modelan la imaginación y el
horizonte de los niños. Las rutinas domésticas pueden ser “lugares estrechos”,
lugares a través de los que brilla el Espíritu Santo; donde una actitud de
bondad y de hospitalidad cristiana aligera toda la vida.
Nuestro
contexto cultural requiere que las familias puedan discernir
81. El Papa Francisco expresa muchas de estas ideas de manera práctica: Pienso
que todos podemos mejorar un poco en este aspecto: convertirnos todos en
mejores oyentes de la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras
palabras y más ricos de sus Palabras ... Pienso en el papá y en la mamá, que
son los primeros educadores [de sus hijos]: ¿cómo pueden educar si su
conciencia no está iluminada por la Palabra de Dios, si su modo de pensar y de
obrar no está guiado por la Palabra? ¿Qué ejemplo pueden dar a los hijos? Esto
es importante, porque luego papá y mamá se lamentan: “este hijo…”. Pero tú,
¿qué testimonio le has dado? ¿Cómo le has hablado? ¿De la Palabra de Dios o de
la palabra del telediario? ¡Papá y mamá deben hablar ya de la Palabra de Dios!
Y pienso en los catequistas, en todos los educadores: si su corazón no está
caldeado por la Palabra, ¿cómo pueden caldear el corazón de los demás, de los niños,
los jóvenes, los adultos? No es suficiente leer la Sagrada precisamente Jesús
quien habla en la Escritura, es Jesús quien habla en ella... Preguntémonos...:
¿qué lugar tiene la Palabra de Dios en mi vida, en la vida de cada día? ¿Estoy
sintonizado en Dios o en las tantas palabras de moda o en mí mismo? Una pregunta
que cada uno de nosotros debe hacerse[79].
82. El Papa Francisco aludió a los telediarios, que podemos tomar en términos
más generales como un planteamiento del tema de los medios de comunicación
masivos, los recursos sociales de Internet y otras formas de cultura popular.
Involucrarnos con estas formas de cultura no es algo que deberíamos hacer sin
pensarlo mucho; para involucrarse con estas formas de cultura constructivamente
también requiere discernimiento. El Catecismo de la Iglesia Católica, al
hablar de la Iglesia doméstica, señala que el mundo de hoy es “frecuentemente
extraño e incluso hostil a la fe”[80].
En una cultura fragmentada, donde ambiente de los medios sociales y de comunicación
pueden socavar en general la autoridad de los padres y la crianza católica en
particular, los padres y
los hijos necesitan reflexionar sobre la manera en que la familia está
en el mundo sin pertenecer a este[81].
83. Cuando cualquiera de nosotros —pero, en especial, los niños— nos
enfrentamos con la cultura, esta da forma a nuestra imaginación y nuestras
ambiciones. En gran parte, todos nosotros —pero, en especial, los niños—
generamos nuestras expectativas para una buena vida a partir de imágenes,
películas, música y relatos en nuestra propia vida. Por lo tanto, depende de
los padres, el resto de los familiares, los padrinos, los mentores y educadores
adultos controlar esta exposición y asegurar que la imaginación de los niños se
fortifique y nutra con alimentos sanos, con materiales que protejan su
inocencia, les generen deseos por la aventura de la vida cristiana y les
evoquen un enfoque vocacional de la vida. La belleza y la contemplación
deberían formar parte del ambiente habitual de un niño, para que aprenda a
percibir la dimensión sacramental de la realidad. Padres, adultos, padrinos,
familiares, feligreses de la parroquia, catequistas y maestros tienen que ser modelos
de estas actitudes para los niños. La formación de los jóvenes necesariamente
incluye la “educación formal”. La alfabetización espiritual implica el
conocimiento de los hechos de la fe. Pero es más importante aún enseñar a los
niños a rezar y darles modelos de conducta, ejemplos adultos que les sirvan de
testimonio y los motiven a avanzar.
84. Los niños mayores y los adolescentes pueden estar adecuadamente conscientes
y ser reflexivos en cuanto al ambiente cultural, y también pueden comenzar a
formarse una perspectiva más madura de la oración y el discernimiento
vocacional. Estos temas importantes deberían ser parte de la preparación para
recibir el Sacramento de la Confirmación, que, en sí mismo, da la gracia
necesaria para encarar estos aspectos como discípulos fieles[82].
La familia y
la parroquia dependen una de otra
85. La Ecclesia domestica no puede existir, por supuesto, sin la Ecclesia.
La Iglesia doméstica se relaciona con la Iglesia universal: “la familia, para
ser ‘pequeña Iglesia’, debe vivir bien insertada en la ‘gran Iglesia’, es
decir, en la familia de Dios que Cristo vino a formar”[83].
La participación habitual en la Misa dominical con la Iglesia universal es un requisito
indispensable para que la Iglesia doméstica cumpla con su nombre. La Iglesia
universal es la portadora y maestra de la alianza de Dios con su pueblo, la
misma alianza que permite y sostiene la vida matrimonial y familiar.
86. El Papa Benedicto XVI habló de la parroquia como “‘la familia de
familias’, capaz de compartir con ellas tanto las alegrías como las inevitables
dificultades de los comienzos”[84].
Ciertamente, la parroquia y, con mucha frecuencia las Obras de Misericordia
Corporales, pueden servir de ayuda y facilitar los sacramentos. Los niños
necesitan ver que sus padres y otros adultos de su entorno demuestran
solidaridad con los pobres y hacen cosas para servirlos. Las parroquias y las
diócesis pueden brindar estas oportunidades[85].
La Iglesia doméstica sirve a la parroquia y es servida por la parroquia.
87. La parroquia, la diócesis y otras instituciones católicas, como
escuelas, movimientos y asociaciones, son, en especial, clave para los niños que
no tienen a ambos padres. A los niños les puede faltar uno o los dos padres por
variadas razones, entre las cuales está la muerte, la enfermedad, el divorcio,
la inmigración, la guerra, las adicciones al alcohol o a las drogas, la
violencia familiar, el abuso, la persecución política y la falta de empleo o
las condiciones de trabajo migrante debido a la pobreza[86].
Lamentablemente, algunos esposos y algunos padres se separan, con frecuencia
por motivos que requieren nuestra compasión. “Los trastornos emocionales que
sufren los hijos de parejas separadas, que de pronto se encuentran con uno solo
de los padres o con una ‘nueva’ familia, plantea un desafío para los obispos,
los catequistas, los maestros y todos los que son responsables de los jóvenes.
... No es una cuestión de reemplazar a los padres, sino de colaborar con ellos”[87].
88. Para que una parroquia sea realmente una “familia de familias” debe
realizar acciones concretas de hospitalidad y generosidad. San Juan Pablo II
decía que “abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón”
es una manera de imitar a Cristo[88].
Dar ayuda y recibir ayuda están íntimamente ligadas. Nadie, en especial, ningún
niño, ningún padre que enfrenta una crisis inesperada, ningún anciano vulnerable,
ni alguien que sufre debería estar solo en una familia parroquial. No hay
sustituto para los feligreses comunes que, simplemente, se brindan mutua
amistad y servicio durante la semana, extendiendo la Iglesia más allá de las
mañanas dominicales. El modo en que los laicos se traten determinará si la
parroquia está cumpliendo su misión de esta manera. La visión de la parroquia debe
ser enseñada y modelada por el clero, quizás, en especial en parroquias
grandes, donde puede existir la tentación del anonimato. Pero, en definitiva,
que una parroquia esté viva de esta manera no puede ser únicamente obra del
clero. Esta es una visión de la vida de la Iglesia que requiere de personas
laicas. San Pablo le indicó al pueblo de Gálatas: “Lleven las cargas unos de
otros, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gálatas 6, 2, LBL). En consecuencia, si
no nos ayudamos a llevar nuestras cargas mutuas, si dejamos que las familias
vulnerables o las personas solas se valgan por sí mismas en soledad, quiere
decir que no nos estamos valoramos como corresponde. Si nuestro estilo de vida
no se basa en la comunión y el servicio, entonces no podemos crecer. Fuimos
hechos el uno para el otro, y vivir como si esto no fuera verdad es triste, es
el incumplimiento de la ley vivificante de Cristo.
89. La hospitalidad hacia los niños solos plantea, naturalmente, el tema
de la adopción. Juan Pablo II, en una convocatoria a las familias adoptivas, dijo:
Adoptar a un niño es una gran obra de amor. Cuando se realiza, se da
mucho, pero también se recibe mucho. Es un verdadero intercambio de dones. Por
desgracia, nuestro tiempo conoce, también en este ámbito, muchas
contradicciones. Así como hay numerosos niños que, por la muerte o la
inhabilidad de sus padres, se quedan sin familia, así también hay muchas
parejas que deciden no tener hijos por motivos a menudo egoístas. Algunas se
desaniman por las dificultades económicas, sociales o burocráticas. Otras,
incluso, por el deseo de tener un hijo “propio” a toda costa, van más allá de
la ayuda legítima que la ciencia médica puede prestar a la procreación,
recurriendo a prácticas moralmente reprensibles. Acerca de estas tendencias, es
preciso reafirmar que las indicaciones de la ley moral no se reducen a
principios abstractos, sino que tutelan el verdadero bien del hombre y, en este
caso, el bien del niño, frente al interés de los mismos padres[89]. Juan
Pablo II esperaba que: “Las familias cristianas se abran con mayor disponibilidad
a la adopción y acogida de aquellos hijos que están privados de sus padres o
abandonados por éstos”[90].
Él podía atreverse a tener esta esperanza porque el amor que anima al
matrimonio cristiano es el de la alianza de Dios, un amor eternamente
hospitalario y lleno de vida.
90. La intimidad sexual entre un hombre y una mujer genera la
posibilidad de engendrar hijos. Ninguna otra relación brinda esta posibilidad
básica, orgánica y biológica. El matrimonio entre un hombre y una mujer brinda esta
fertilidad potencial en un contexto espiritual. Ser padres es una vocación espiritual
porque, en definitiva, significa preparar a nuestros hijos para que sean
santos. Esta valiente ambición requiere humildes pero importantes prácticas en
el hogar, como rezar y cultivar una disposición espiritual. Requiere el discernimiento
de los padres acerca de cómo se incorpora la familia en el resto de la cultura.
Presentar los niños al Señor significa que la Iglesia doméstica querrá
integrarse con la parroquia y, también, con la Iglesia universal. Los desafíos
de la vida familiar exigen apoyo: ninguna familia puede crecer sola. Para
crecer, las familias necesitan de su parroquia, y sus parroquias necesitan de
ellas. Para crear y servir en estos ministerios, se requiere de las personas
laicas.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) ¿En qué se diferencia el matrimonio entre un hombre y una mujer de
otras amistades íntimas?
b) ¿Alguna vez ha rezado con un niño? ¿Ha leído la Biblia o ha hablado sobre
algún aspecto de la fe con un niño? Si usted no es padre, ¿hay en su vida niños
que podrían necesitar un amigo y mentor?
c) ¿Cuáles son los hábitos de discernimiento? ¿Cómo es un enfoque vocacional
de la vida?
d) ¿Qué es la Iglesia doméstica? ¿Cómo sirve la parroquia a la familia y
cómo sirve la familia a la parroquia? ¿De qué manera la familia y la parroquia
pueden cumplir “la ley de Cristo” como se describe en Gálatas 6, 2?
VI . TODO
AMOR ES FECUNDO
No todos están llamados al matrimonio. Pero toda vida tiene el propósito
de ser fértil. Toda vida tiene el poder y la necesidad de nutrir la vida nueva:
si no es a través de dar a luz y criar niños, entonces a través de otras formas
vitales de entrega personal, de desarrollo y de servicio. La Iglesia es una
familia ampliada de diferentes vocaciones, cada una distinta, pero cada una necesitando
de las demás y apoyándolas. El sacerdocio, la vida religiosa y la vocación
laica célibe enriquecen y son enriquecidos por el testimonio del estado
matrimonial. Las maneras diferentes de ser castos y célibes fuera del matrimonio
son maneras de entregar la propia vida al servicio de Dios y de la comunidad
humana.
La fecundidad
espiritual del celibato
91. Dos de los sacramentos de la Iglesia son únicos en el sentido de que
ambos están dedicados “a la salvación de los demás”. El Orden Sagrado y el
Matrimonio “confieren una gracia especial para una misión particular en la
Iglesia, al servicio de la edificación del pueblo de Dios”[91].
92. En otras palabras, no todos los hombres y mujeres necesitan ser
padres biológicos para difundir el amor de Dios y participar de la “familia de
familias”, como se conoce a la Iglesia. La vocación del sacerdocio, o la vida
religiosa consagrada, tiene su propia integridad y gloria. La Iglesia necesita
siempre sacerdotes y religiosos, y los padres deben ayudar a todos sus hijos a
estar atentos a la posibilidad de que Dios los llame a ofrecer su vida de este
modo.
93. Además, hay muchas personas laicas célibes, que tienen un papel irreemplazable
en la Iglesia. La Iglesia promueve muchas maneras distintas de practicar el
celibato, pero todas ellas son, de un modo o de otro, un llamado a servir a la
Iglesia y fomentan la comunión en formas comparables a la paternidad.
94. El celibato auténtico —ya sea laico, ordenado o consagrado— está orientado
a la vida social y comunitaria. Ser un “padre espiritual” o una “madre
espiritual” —quizás, como miembro del clero o religioso, pero también como
padrino, padre adoptivo, catequista, maestro o, simplemente, mentor o amigo— es
una vocación muy apreciada, algo esencial para la salud y el crecimiento de la
comunidad cristiana.
95. San Juan Pablo II reflexionó una vez sobre las cualidades maternales
de la Madre Teresa y, por extensión, sobre la fecundidad y la fertilidad espiritual
de la vida célibe en general: Llamar “madre” a una religiosa es más bien
habitual. Pero este apelativo tenía para la madre Teresa una intensidad
especial. Se reconoce a una madre por su capacidad de entrega. Observar a la
madre Teresa en su trato, en sus actitudes, en su modo de ser, ayudaba a
comprender qué significaba para ella, más allá de la dimensión puramente
física, ser madre; ayudaba a ir a la raíz espiritual de la maternidad. Sabemos bien cuál era su secreto: rebosaba de
Cristo, y, por eso, miraba a todos con los ojos y con el corazón de Cristo. Había
tomado muy en serio sus palabras: “Tuve hambre y me disteis de comer...” (Mt
25, 35). Por esta razón, no le costaba “adoptar” como hijos a sus pobres. Su
amor era concreto, emprendedor; la impulsaba a donde pocos tenían la valentía
de ir, a donde la miseria era tan grande que daba miedo.
No sorprende el hecho de que los hombres de nuestro tiempo se hayan
sentido fascinados por ella, que encarnó el amor que Jesús indicó como signo
distintivo de sus discípulos: “La señal por la que conocerán que sois
discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35)[92]. Vidas
radiantes, como la de la Beata Teresa de Calcuta y de San Juan Pablo II,
muestran que el celibato, con todas sus variantes, puede ser un modo de vida
inspirador y bello.
La razón y
las posibilidades del celibato
96. Al principio de esta catequesis, al citar a San Agustín, vimos que el
propósito de tener hijos no era meramente perpetuar la especie o edificar la
sociedad civil, sino dar a la ciudad celestial la alegría de una vida nueva.
Esta distinción —entre la meta natural de procreación y la vocación teológica
de prepararse para el Reino de Dios en todo su esplendor— permite a la Iglesia
señalar otro punto: para cumplir su destino como hombres y de mujeres, todas
las personas pueden ser fructíferas, pero no todas necesitan casarse.
97. La Iglesia ofrece el matrimonio como una vocación, una posibilidad; por
lo tanto, este no puede ser una ley ni un requisito para el crecimiento de una
vida católica[93]. Se deduce, entonces, que
es necesario que exista el celibato en la vida social de la Iglesia para que el
matrimonio sea una cuestión de libertad más que de exigencia. El celibato es la
alternativa al cielo, si es que realmente hay más de un modo de categorizar la
vida sexual de la persona, la masculinidad o femineidad propia. “La familia es
la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero
existe otra vocación complementaria al matrimonio: la llamada al celibato y
a la virginidad por el Reino de los cielos. Es la vocación que Jesús mismo
vivió”[94].
98. El celibato y el matrimonio no compiten el uno contra el otro. Nuevamente,
como enseñó San Ambrosio, “No alabamos a una con exclusión de las otras. En
esto la disciplina de la Iglesia es rica”[95].
El celibato y el matrimonio son vocaciones complementarias porque ambas proclaman
que la intimidad sexual no puede ser una prueba[96].
Tanto las personas célibes como las casadas respetan la estructura del amor de
la alianza y evitan la “unión a prueba” o condicional[97].
Todas ellas rechazan el sexo en el contexto de lo que el Papa Francisco llamó
“cultura de lo provisional”[98].
Todas ellas rechazan las relaciones sexuales basadas solo en la satisfacción
del deseo erótico.
99. La observancia de las disciplinas del celibato y del matrimonio son dos
maneras en que hombres y mujeres se unen solidariamente entre sí sin
aprovechamiento sexual. El celibato y el matrimonio son los únicos dos
modos de vida que coinciden en la conclusión de que el matrimonio es la forma
completamente humana de los actos procreadores a la luz de la imagen de Dios,
que habita en nosotros y modela nuestra vida. El celibato, que incluye no solo
a los sacerdotes y religiosos consagrados, sino a todos los que se mantienen
castos fuera del matrimonio, es un estilo de vida para los que no están casados
pero que honran las alianzas.
100. Todo lo que la Iglesia ha enseñado sobre ser creados para el gozo, sobre
ser creados a imagen de Dios, sobre la necesidad de amar y ser amados, se
aplica de la misma manera tanto a los célibes como a las personas casadas. El
celibato puede ser confirmado y permanente, como en los religiosos consagrados
o en alguien imposibilitado para casarse por una discapacidad u otra
circunstancia, o potencialmente permanente, como en un joven que tiene que
discernir su vocación. En todos estos casos, el celibato sigue las huellas de
Jesús, crece mediante la ofrenda de uno mismo a Dios y la confianza en su plan,
y con la construcción de una vida basada en el amor a los demás con
misericordia, paciencia, generosidad y servicio.
101. En cualquier sociedad, muchos quedarán marginados si el matrimonio es
visto como algo obligatorio, como si fuera que la persona necesitara de una
pareja romántica para estar completa. El celibato de la Iglesia se opone a esta
idea engañosa. Por ejemplo, con frecuencia, las viudas se dejan a un lado en
las sociedades tradicionales y las personas solteras socializan en clubes, pubs
y bares, donde la promiscuidad es normal. Crear un espacio alternativo donde
las personas solteras puedan experimentar la alegría y tener una misión, es una
tarea de profunda hospitalidad, algo que los cristianos necesitan hacer por los
demás como una forma de liberación y aceptación.
102. Algunas personas, gracias a circunstancias que escapan de su
control, querrían casarse, pero no encuentran un cónyuge. Una vida de esperanza
y espera no significa abandonarse a una existencia estéril. Cuando alguien vive
activamente dispuesto a cumplir la voluntad de Dios según se manifieste en su
historia personal, haciendo propio el decreto de María,[99]
puede acumular bendiciones. Porque todos están llamados a dar y recibir amor,
porque el amor cristiano es abierto, el celibato es una práctica comunitaria.
Cuando nos amamos unos a otros castamente fuera del matrimonio, el fruto es la
amistad: “La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad ... La
castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo.
Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad
representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual”[100].
103. Los célibes y, hasta cierto punto, aunque en un sentido
comparativo, las parejas estériles, también disfrutan de una libertad única,
una libertad atractiva para ciertos tipos de servicio, amistad y comunión. Los
célibes y los que no tienen hijos están relativamente más desocupados para
experimentos de castidad en la vida comunitaria, para carreras que demandan
flexibilidad y para la oración y la contemplación. Los célibes, las parejas sin
hijos e, incluso, los ancianos sanos (quizás, con hijos adultos) tienen el don
del tiempo con el que no cuentan los padres. Estas personas pueden ocuparse de
tareas catequéticas y de otros ministerios parroquiales, incluso ejercitar el
apostolado y dar testimonio en situaciones peligrosas, lo que sería imposible
para familias con hijos. Los solteros y los que no tienen hijos disfrutan de una
disponibilidad que les permite cierta discreción y creatividad para explorar
las posibilidades de la hospitalidad y la amistad. Cuando San Pablo aconseja el
celibato, piensa que está ofreciendo una posibilidad que tiene sus desafíos,
pero que también tiene beneficios y libertades: “Si te casas, no cometes
pecado, y tampoco comete pecado la joven que se casa. Pero la condición humana
les traerá conflictos que yo no quisiera para ustedes. ... Yo quisiera verlos
libres de preocupaciones”. (1.a Corintios 7, 28-32a, LBL)
La relación
espiritual y social entre el celibato y el matrimonio
104. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Todos los fieles
de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el
momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en
la castidad”[101]. El celibato, está
entonces aliado al matrimonio, y en ambos se hace una entrega total de uno mismo
al Señor. Las personas célibes y las casadas hacen una promesa de fidelidad a
la alianza de Dios, según sus respectivas vocaciones. Existen diferencias
prácticas en la vocación particular de todos los individuos, pero el
sentimiento interno del alma, la entrega del corazón mismo, en esencia, es similar.
Los célibes y los cónyuges maduros y sabios están familiarizados con muchas de
las mismas destrezas espirituales.
105. En el caso del matrimonio, cuando los esposos y esposas se entregan
mutuamente, con un amor que imita a Jesús, el don de sí mismos es parte de la
obra de Cristo, que se une en el mismo espíritu del propio don de Jesús a la
Iglesia. Cuando los cónyuges intercambian los votos en la iglesia durante la
liturgia de la boda, Cristo recibe este amor nupcial y lo incorpora a su propio
don eucarístico de sí mismo para la Iglesia y para el Padre quien, agradecido
por la ofrenda del Hijo, da a los esposos el Espíritu Santo para sellar la
unión[102]. La fecundidad nupcial,
entonces, es el primero de todos los dones y la tarea del vínculo sacramental.
Es exactamente por esto que San Juan Pablo II dijo maravillosamente que el
vínculo nupcial que reciben los esposos para disfrutar y vivir la vida familiar
los convierte en “el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en
la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de
la que el sacramento les hace partícipes”[103].
106. En el caso del celibato, existe un razonamiento similar. El amor de
Cristo es continente porque hace una entrega total de sí mismo, una afirmación
incondicional del otro: “¿Qué dará [uno] para rescatarse a sí mismo?” (Mateo
16, 26). El amor de Cristo se expresa en el deseo de compartirse a sí mismo con
sus discípulos (Lucas 22, 15), de entregarse por completo a ellos para llevar a
todos de regreso al Padre y compartir la propia gloria de Dios[104].
El amor conyugal es la razón de la alianza que da forma a la manera en que
procreamos; el amor del celibato es la razón de la alianza que cobra vida en la
comunidad entera.
107. Como el matrimonio y el celibato son vocaciones complementarias para
los católicos adultos, deberíamos ayudar a nuestros jóvenes a que comprendan
que una pareja romántica no es esencial para la felicidad humana. Si el
matrimonio mismo toma la forma de la alianza de Jesús con nosotros, y si esa
misma alianza también crea la posibilidad, entonces la vida de los jóvenes que
no están casados se entiende mejor no en términos de noviazgo o “cita”, sino
como una etapa de discernimiento y cultivo de amistades. Los hábitos y las
destrezas de la verdadera amistad son esenciales para la vida en matrimonio o
para la comunidad célibe. Es necesario que los asuntos relacionados con la vocación
que enfrentan hoy los adolescentes y otros jóvenes involucre algo más que la
preferencia romántica. Los jóvenes tienen que adquirir ciertas destrezas
espirituales internas independientemente de lo que les espere en su vida
futura.
108. Por esta razón, las parroquias deberían prestar especial atención a
la dimensión social de la castidad y el celibato. El celibato impone desafíos
únicos, y, como observa el Catecismo de la Iglesia Católica, el aprendizaje
del autodominio sexual tiene un aspecto cultural: somos personas
interdependientes, y la práctica de la castidad se ve favorecida o entorpecida
por nuestra situación social[105].
Las posibilidades de vida que los jóvenes puedan imaginar dependen de los
ejemplos que vean y de las historias que oigan.
109. Como el celibato es también contracultural, existe un riesgo,
incluso en las parroquias, de que no se entienda por completo. Las personas solteras
“merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus
pastores”[106]. No solo los pastores,
también las familias y los solteros mismos deberían dar pasos concretos para
garantizar que ser “soltero” en un contexto católico no es, en lo absoluto, lo
mismo que estar solo o aislado. Los solteros necesitan estar en comunión para compartir
su carga y sus penas, así como la responsabilidad y oportunidades de servicio.
A todas las personas solteras “es preciso abrirles las puertas de los hogares,
‘iglesias domésticas’ y las puertas de la gran familia que es la Iglesia”[107].
110. Esta visión sugiere una necesidad de que todos analicen cómo contribuyen
a la atmósfera y la esencia de la vida parroquial. Si los padres desalientan a
los hijos respecto del sacerdocio, la vida religiosa consagrada u otras
vocaciones célibes, entonces la comunidad entera debería examinar su
conciencia. El auténtico celibato es siempre marcadamente social, y si solo se
lo ve como aislamiento o alejamiento, entonces, algo en la práctica o en la
estructura de la vida comunitaria se ha desviado. Los célibes deberían tener
iniciativas de servir y de involucrarse, y las familias deberían dar los pasos
para ser hospitalarios, para adoptar “tías” y “tíos”, y para incluirlos en la
formación de hogares extendidos o en comunidades diseñadas para ese fin.
111. Una vida social rica hace mucho más verosímiles para el mundo los
distintos tipos de celibato, porque debilita la crítica sobre el celibato que
dice que es una vida inevitablemente solitaria. Vivir esta visión, superar la
inercia de los hábitos sociales que segregan a los solteros e ignoran las
oportunidades del celibato, demanda un compromiso creativo de parte de los
laicos y del clero. Jesús es nuestro Señor, y el Señor dice: “En esto
reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros” (Juan
13, 35, LBL). El amor debe animar visiblemente la vida parroquial de todos.
112. El celibato no es esterilidad ni tampoco “soltería” en el
sentido de aislamiento o autonomía. En la Iglesia, todos somos
interdependientes, creados para la comunión, creados para dar y recibir amor.
Esta visión de la vida humana genera una gran variedad de vocaciones creativas.
El celibato establece una demanda única a los que lo adoptan, pero también
otorga privilegios y oportunidades únicos. El celibato respeta el potencial
sexual o biológico del matrimonio, y funciona desde una razón y una
espiritualidad similar de entrega propia. Los célibes y las parejas casadas se
necesitan mutuamente para sostener y ampliar la “familia de familias”, como se
llama a la Iglesia.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) ¿Qué tienen en común el celibato y el matrimonio?
b) ¿Cuáles son algunas de las pruebas o cargas que las personas solteras
enfrentan en su comunidad? ¿Cómo pueden ayudar los amigos, las familias y las
parroquias? ¿Cuáles son algunos de los beneficios del celibato? ¿Cómo pueden
servir a la comunidad las personas que no están casadas?
c) Los niños de su parroquia, ¿conocen a un gran número de sacerdotes, monjes,
frailes, monjas y otras hermanas religiosas? ¿Puede pensar en maneras de
presentar ejemplos de celibato en su comunidad? ¿Alguna vez alentó a los niños
que conoce a que se convirtieran en sacerdotes o religiosos consagrados? ¿Por
qué?
d) ¿Cuáles son algunas buenas razones para elegir el matrimonio o el celibato?
¿Cuáles son algunas razones no tan buenas? ¿Cómo puede discernir su vocación
una persona?
VI I . LUZ
EN UN MUNDO OSCURO
En el mejor de los casos, la familia es una escuela de amor, justicia,
compasión, perdón, respeto mutuo, paciencia y humildad en medio de un mundo oscurecido
por el egoísmo y el conflicto. Es así como la familia enseña lo que significa
ser humano. Sin embargo, surgen muchas tentaciones que intentan persuadirnos a
olvidar que el hombre y la mujer son creados para la alianza y la comunión. Por
ejemplo, la pobreza, la riqueza, la pornografía, la anticoncepción, los errores
filosóficos y otros errores intelectuales pueden crear contextos que desafíen o
amenacen una vida familiar sana. La Iglesia se opone a estas cosas para
proteger a la familia.
Los efectos
de la caída
113. Somos criaturas que hemos caído. No siempre amamos como deberíamos.
Pero si reconocemos e identificamos nuestros pecados, podemos arrepentirnos de
ellos.
114. Podemos ver la prueba de esta caída en nuestras acciones diarias: en
nuestro corazón dividido y en los obstáculos a la virtud que son tan comunes en
el mundo. La “esclavitud del pecado” se hace “sentir también en las relaciones
entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive
amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y
conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede
manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado,
según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de
carácter universal”[108].
115. El documento preparatorio de la III Asamblea General Extraordinaria
del Sínodo de los Obispos de 2014 sobre “Los Desafíos Pastorales sobre la
Familia en el Contexto de la Evangelización” menciona un gran número de asuntos
globales: Entre las numerosas nuevas situaciones, que exigen la atención y el
compromiso pastoral de la Iglesia, bastará recordar: los matrimonios mixtos o
interreligiosos; la familia monoparental; la poligamia, difundida todavía en no
pocas partes del mundo; los matrimonios concordados con la consiguiente problemática
de la dote, a veces entendida como precio para adquirir la mujer; el sistema de
las castas; la cultura de la falta de compromiso y de la presupuesta
inestabilidad del vínculo; formas de feminismo hostil a la Iglesia; fenómenos
migratorios y reformulación de la idea de familia; pluralismo relativista en la
concepción del matrimonio; influencia de los medios de comunicación sobre la
cultura popular en la comprensión de la celebración del casamiento y de la vida
familiar; tendencias de pensamiento subyacentes en la propuestas legislativas que
desprecian la estabilidad y la fidelidad del pacto matrimonial; la difusión del
fenómeno de la maternidad subrogada (alquiler de úteros); nuevas
interpretaciones de los derechos humanos[109].
Asuntos y
contextos económicos
116. La pobreza y las dificultades económicas debilitan el matrimonio y
la vida familiar alrededor del mundo. Señalando un letrero en la multitud, un
día durante el Ángelus en la Plaza San Pedro, el Papa Francisco dijo: Leo allí,
escrito en grande: “Los pobres no pueden esperar”. ¡Es hermoso! Y esto me hace
pensar que Jesús nació en un establo, no en una casa. Después tuvo que huir, ir
a Egipto para salvar la vida. Al final, volvió a su casa, a Nazaret. Hoy
pienso, al leer ese cartel, en tantas familias sin casa, sea porque jamás la
han tenido, sea porque la han perdido por diversos motivos. Familia y casa van
unidos. Es muy difícil llevar adelante una familia sin habitar en una casa. En
estos días de Navidad, invito a todos —personas, entidades sociales, autoridades—
a hacer todo lo posible para que cada familia pueda tener una casa[110].
117. Al mismo tiempo, los datos de las ciencias sociales muestran que los
matrimonios y las familias estables ayudan a superar la pobreza, de la
misma manera que la pobreza obra en contra de los matrimonios y las
familias estables. Los matrimonios y las familias fuertes crean esperanzas, y
la esperanza lleva a un propósito y un logro. Estos datos sugieren una manera
en la que una fe cristiana vigorosa tiene consecuencias tanto prácticas como
espirituales. Ayudar a las familias a romper círculos viciosos y transformarlos
en círculos virtuosos, es una razón por la que la Iglesia presta atención tanto
a las circunstancias económicas como a las circunstancias espirituales de
nuestra vida.
118. La última encíclica del Papa Benedicto XVI, Caritas in veritate,
señala: “los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social”[111]. Benedicto observó
que “La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido
reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los
hijos, de asistencia sanitaria básica para todos”[112].
Jesucristo de la persona en su totalidad; Él mismo no estuvo ajeno a la pobreza
y provenía de una familia que había sido refugiada[113];
ahora llama a la Iglesia para que tome una posición de solidaridad con las familias
que están en una situación similar[114].
119. En otras palabras, si decimos que nos preocupamos por la familia, debemos
preocuparnos por los pobres. Si nos preocupamos por los pobres, estaremos
sirviendo a la familia.
120. La presente economía global, hipercapitalista, también daña a la
clase media y a los ricos. Por ejemplo, la cultura de masas comercializa el
sexo. El mercadeo corporativo crea un apetito infinito por experiencias nuevas,
un clima de perpetuo deseo, errático e insatisfecho. La vida en las culturas
del mercado moderno se convierte en una lucha contra la cacofonía de la
distracción, el ruido y los apetitos incansables, que perturban la estabilidad
familiar y alimentan un sentido de derecho. La vida en un mercado perpetuo
puede tentarnos a pensar que si deseamos algo, llegamos a un acuerdo mutuo y
podemos pagarlo, entonces tenemos derecho a ello. Ese sentido de derecho es una
ilusión destructiva, un tipo de esclavitud a los apetitos, que disminuye nuestra
libertad de vivir virtuosamente. Nuestra incapacidad para aceptar los límites,
nuestra terca insistencia en satisfacer nuestros apetitos, alimentan muchos
problemas espirituales y materiales en nuestro mundo de hoy.
Porqué están
mal la pornografía y la masturbación
121. Comercializar el sexo siempre implica comercializar a las personas.
La pornografía, a menudo relacionada a, y alimentada por la crueldad del
tráfico humano, es ahora una pandemia no sólo entre los hombres, sino también
cada vez más entre las mujeres. Esta industria global lucrativa puede invadir
cualquier hogar a través de una computadora o televisión por cable. La
pornografía instruye a sus consumidores en el egoísmo, enseñando a sus usuarios
a ver a los demás como objetos para satisfacer nuestros apetitos.
122. Para cada uno de nosotros, la prueba de aprender paciencia,
generosidad, tolerancia, magnanimidad y otros aspectos del amor cruciforme es
algo bastante difícil en sí. La pornografía hace que ofrecernos a los demás y a
la alianza de Dios sea más difícil, incluso para el usuario poco frecuente. La
masturbación está mal por razones análogas. Cuando una persona “disfruta” o
racionaliza el uso de pornografía o masturbación, agota la posibilidad de
abnegación, una sexualidad madura y una intimidad auténtica con un cónyuge. No
es de extrañarse que la pornografía juegue en el presente un papel importante
en muchos de los matrimonios rotos. La pornografía y la masturbación también pueden
atacar la vocación de las personas célibes, precisamente porque pueden parecer
tan privadas.
Por qué está
mal la anticoncepción
123. De la misma manera, la anticoncepción también lleva a considerar el
deseo sexual como un derecho. Permite a quienes la usan a tratar el deseo de
intimidad sexual como algo que pueden justificar. Separando la procreación de
la comunión, la anticoncepción oscurece y termina socavando la razón de ser del
matrimonio.
124. Es posible que las parejas casadas que usan la anticoncepción lo hagan
con buenas intenciones. Muchas parejas casadas experimentan y creen que su sexo
con anticoncepción es esencial para mantener unida a la pareja, o que es
inofensivo y no produce víctimas. Muchas parejas casadas se han acostumbrado
tanto a la anticoncepción que la enseñanza de la Iglesia puede parecerles
escandalosa.
125. Pero si una pareja casada está realmente buscando la libertad
interior, la entrega mutua y el amor abnegado a lo que nos convoca la alianza
de Dios, entonces es difícil imaginar en qué sentido es necesaria y esencial la
anticoncepción. La Iglesia cree que la insistencia en la anticoncepción se basa
en mitos sobre el matrimonio que no son ciertos. Como explicó el Papa Pío XII: Algunos
querrían alegar que la felicidad en el matrimonio está en razón directa del
recíproco goce en las relaciones conyugales. No: la felicidad del matrimonio
está en cambio en razón directa del mutuo respeto entre los cónyuges aun en sus
íntimas relaciones[115].
126. En otras palabras, ver la anticoncepción como necesaria o hasta útil
proviene de una premisa que está confundida. En sus bases, un matrimonio feliz,
de los que duran toda la vida, tiene más en común con las facultades generosas,
pacientes y de entrega del celibato que con lo que Pío XII llama “un hedonismo
refinado”[116]. Recientemente, el Papa Francisco
se refirió a la Sagrada Familia resaltando las cualidades de generosidad y
libertad interior que posibilitan un buen matrimonio: José era un hombre que
siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a
su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo
profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de
vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo
disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de
modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el
rencor le envenenase el alma. ... Y así, José llegó a ser aún más libre y
grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a
sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo ...
y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos
muestran el camino[117].
127. La anticoncepción oscurece esta libertad y poder interior. En la medida
en que los deseos sexuales sean tratados como derechos, o como deseos que no
pueden posponerse, se revela la necesidad de crecer en libertad interior. Como
una “solución técnica” a lo que realmente es un problema moral, la anticoncepción
“oculta la cuestión de fondo, que se refiere al sentido de la sexualidad humana
y a la necesidad de un dominio responsable, para que su ejercicio pueda llegar
a ser expresión de amor personal”[118].
Los
beneficios de la planificación familiar natural
128. Ciertamente, la “paternidad responsable” comprende discernir cuándo
tener hijos. Razones muy serias, que surgen de “las condiciones físicas,
económicas, psicológicas y sociales”, pueden llevar a un esposo y una esposa a
“evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido”[119].
129. Los esposos católicos que se encuentren en esta situación necesitan
maestros, mentores y amigos que los guíen y apoyen en la planificación familiar
natural (PFN). Las parroquias y las diócesis deben hacer de esta ayuda una
prioridad pastoral fácil de hallar. Es absolutamente más probable que una
pareja viva realmente la enseñanza católica si tiene rumbo espiritual,
instrucción práctica y amigos que la apoyen. Todos los laicos, los párrocos y
los obispos tienen la responsabilidad de crear estas condiciones que le
permitan alcanzar esta condición.
130. Si una pareja casada de corazón generoso, y después de rezar y reflexionar
con sinceridad, percibe que no es una época de la vida en la que Dios los está
llamando para tener más hijos, entonces, de cuando en cuando, la PFN les
requerirá que se abstengan de tener relaciones sexuales. Practicar la PFN de
esta manera, lleva a los cónyuges a subordinar u ofrecer sus deseos sexuales a
corto plazo al más amplio sentido del llamado de Dios en su vida. Esta
subordinación de la voluntad y del deseo es una de las muchas maneras en las
que la PFN y la anticoncepción son tan diferentes la una de la otra, tanto
objetiva como empíricamente. La PFN es un camino para seguir al Señor en el
matrimonio, un camino íntimo y demandante, y por lo tanto potencialmente hermoso
y profundo.
131. La PNF se basa en la belleza y la necesidad de la intimidad sexual matrimonial.
Como también depende de la abstinencia ocasional para espaciar los nacimientos,
la PNF llama a las parejas a comunicarse y auto controlarse. Como el lazo del
matrimonio en sí mismo, la PNF da forma y disciplina al deseo sexual. La idea
misma de la monogamia presupone que los hombres y mujeres que han caído víctimas
de sus deseos sexuales, puedan disciplinar pacientemente los deseos erráticos, y
aprender a tratar a un cónyuge con generosidad y fidelidad. De esta manera, la
abstinencia periódica que la PNF requiere trabajar para profundizar y explorar
un compromiso que las personas casadas ya han adquirido. La PNF no garantiza un
matrimonio feliz, ni exime a un matrimonio de todos los sufrimientos comunes
del matrimonio, pero es un intento por construir un hogar sobre roca y no sobre
arena.
La
anticoncepción propaga más extensamente en la sociedad la confusión sobre el
matrimonio
132. Como lo predijo la Iglesia hace casi 50 años, la anticoncepción no sólo
socava el matrimonio, pero también tiene otros efectos colaterales en la
sociedad[120]. La anticoncepción
omnipresente significa que pocos poseen el hábito de la abstinencia y el
autocontrol sexual. De esta manera, la anticoncepción ha hecho al celibato
mucho menos verosímil para las personas modernas y, de este modo, ha logrado
que el matrimonio y otros tipos de unión romántica parezcan virtualmente
inevitables. Cuando eso sucede, toda la vida social de una comunidad se tergiversa.
Y cuando la anticoncepción le quita al celibato su credibilidad, contribuye a
la escasez de jóvenes sacerdotes y religiosas con votos. La anticoncepción
también hace que el sexo fuera del matrimonio (ya sea prematrimonial o
extramatrimonial) parezca superficialmente más creíble, como si la intimidad
sexual pudiera existir sin consecuencias. Y por supuesto, muchos de los mismos
argumentos para el sexo sin hijos que busca justificar la anticoncepción
también se aplican, pero con resultados más desagradables y brutales, como el
aborto permisivo.
133. Al separar el sexo de la procreación, la anticoncepción anima a una
cultura a fundamentar el matrimonio en la compañía emocional y erótica. Esta
visión reducida y desordenada alimenta mucha de la confusión sobre lo que
realmente es el matrimonio, haciendo que el divorcio sea más probable y común,
como si el matrimonio fuera un contrato que pudiera romperse y renegociarse.
Como escribió recientemente el Papa Francisco: La familia atraviesa una crisis
cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. ... El
matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que
puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la
sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la
sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades
circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede
“del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del
compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida
total”[121].
Por qué la
Iglesia no apoya al llamado matrimonio entre personas del mismo sexo
134. Fundamentar al matrimonio como satisfacción erótica y emocional, que
es un movimiento facilitado por la separación del sexo y la procreación,
también permite la hipótesis de las uniones entre personas del mismo sexo. Hoy,
en algunos países, hay movimientos para redefinir el matrimonio como si este
fuera una relación afectiva o sexual cualquiera entre dos adultos mayores de
edad. En los lugares donde el divorcio y la anticoncepción son hábitos
establecidos, y esta visión revisada del matrimonio se ha enraizado, redefinir
al matrimonio para incluir al matrimonio entre personas del mismo sexo puede
parecer un próximo paso probable.
135. Con respecto a la hipótesis del matrimonio entre personas del mismo
sexo, como es bien sabido, la Iglesia no acepta bendecirlo o sancionarlo. No es
porque haya una denigración o una falla para apreciar la intensidad de la
amistad y el amor entre personas del mismo sexo. Como ya debería estar claro en
este punto de esta catequesis, la Iglesia Católica sostiene que todos somos
llamados a dar y a recibir amor. Comprometidas, sacrificadas, castas, las
amistades entre personas del mismo sexo deben estimarse. Como los católicos
están comprometidos al amor, la hospitalidad, la interdependencia y a que
“lleven las cargas unos de otros”[122],
la Iglesia, en todos los niveles querrá promover y apoyar oportunidades para
que se den amistades castas, siempre buscando ser solidarios con aquellos que,
por cualquier razón, no puedan casarse.
136. La amistad verdadera es una vocación antigua y honorable. San Elredo
de Rieval observó que el deseo por un amigo surge de lo profundo del alma[123].
Los amigos verdaderos producen un “fruto” y una “armonía” mientras se ayudan
mutuamente a responder a Dios, animándose a vivir el Evangelio[124].
“Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad
representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual”[125].
137. Pero como también debería estar claro ahora, cuando los católicos hablamos
de matrimonio, nos referimos a algo distinto de otra relación de amor
particularmente intenso, aunque ese amor sea profundo y sobreviva con
sacrificio por largos períodos de tiempo. La intimidad afectiva intensa y a
largo plazo no es suficiente para un matrimonio. El matrimonio, como de hecho
fue reconocido hasta hace muy poco en el occidente, se basa en las obligaciones
que surgen de las posibilidades y desafíos planteados por el potencial
reproductor del dimorfismo sexual.
138. La Iglesia invita a todos los hombres y mujeres a ver la
posibilidad de una vocación en su sexo. Alcanzar la madurez como hombre o mujer
significa hacernos ciertas preguntas: ¿De qué manera me está llamando Dios a
integrar mi sexo dentro de su plan para mi vida? Creados a imagen de Dios,
nuestro destino siempre es comunión, sacrificio, servicio y amor. La pregunta
para todos y cada uno de nosotros es cómo brindaremos los aspectos sexuales de
nuestra vida en las comunidades del matrimonio o del celibato. En ningún caso
nuestro deseo erótico o nuestras preferencias románticas son soberanos o
autónomos; en ambos casos seremos inevitablemente llamados a hacer sacrificios
que no elegiríamos si estuviéramos escribiendo nuestros propios guiones.
El contexto
filosófico, legal y político para el matrimonio en el presente
139. Los debates sobre la redefinición del matrimonio, incluyendo cuestiones
del matrimonio entre personas del mismo sexo, plantean preguntas legales y
políticas. En teología y teoría política, los católicos se refieren a la
familia como una institución pre-política[126].
Para decirlo de otra manera, legalmente la familia es “anterior” a la sociedad
civil, la comunidad y el estado político, ya que “sus derechos y deberes son también
anteriores y más naturales”[127].
La sociedad no inventa o funda la familia; más bien, la familia es la base de
la sociedad: “Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se
ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de
las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el
fundamente de la sociedad”[128].
La autoridad pública tiene, en consecuencia, la obligación de proteger y servir
a la familia.
140. Hasta hace poco, esta visión de la familia también era ampliamente aceptada
por los no católicos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de las
Naciones Unidas de 1948 insiste en que “la familia es el elemento natural y
fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del
Estado”[129]. Pero a medida que más
jurisdicciones vuelven a imaginar el matrimonio como un asunto de preferencia
individual, independientemente de cualquier conexión orgánica con la diferencia
de sexos y la procreación, y promueven una visión contractual del matrimonio,
este consenso desaparece. Hoy, el estado se propone más y más inventar el
matrimonio y redefinirlo a voluntad[130].
Supuestamente, la familia ya no construye la sociedad y el estado; más bien,
ahora el estado pretende supervisar y autorizar a la familia.
141. Algunos legisladores están ahora intentando codificar este revés filosófico
en las nuevas leyes matrimoniales. En vez de recibir al matrimonio como una
institución natural, la nueva perspectiva considera al matrimonio como
infinitamente plástico, como maleable y subordinado a la voluntad política. La
Iglesia no tiene otra opción más que oponerse a este revisionismo para proteger
a las familias, los matrimonios y los hijos.
142. Una sociedad que piensa erróneamente que el matrimonio siempre se
puede renegociar, que sólo le rinde cuentas al consentimiento humano
autorreferente, verá al matrimonio como un contrato, esencialmente, como un
acuerdo voluntario entre portadores independientes de los derechos humanos.
Pero estos simples contratos no son lo mismo que un matrimonio basado en una
alianza de misericordia. La lógica de tales contratos no es la lógica Paulina
de Efesios 5, en el que los esposos y las esposas se aman mutuamente en el modo
de la Cruz. El razonamiento detrás de estos contratos defectuosos no concuerda con
el don del matrimonio como un sacramento de la alianza.
143. La Iglesia se halla obligada a oponerse a la difusión de razones falsas
para el matrimonio. El Papa Francisco ha observado: En repetidas ocasiones ha
servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz,
la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y
ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en
todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando
planteamos otras cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos
por fidelidad a las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien
común[131].
144. Como dijimos al comienzo de esta catequesis, todas las enseñanzas de
la Iglesia sobre el matrimonio, la familia y la sexualidad surgen de Jesús. La
teología moral católica es una narrativa coherente que responde a las preguntas
más profundas de la humanidad: una narrativa única, unificada, que surge de las
convicciones cristianas básicas sobre la creación y la alianza de Dios, la
caída de la humanidad, y la Encarnación, vida, Crucifixión y Resurrección de
Cristo. Estas enseñanzas comprenden costos y sufrimientos para todos los que
serán discípulos de Jesús, pero también abren nuevas oportunidades para el
florecimiento y la belleza humanos.
145. Cuando la verdadera naturaleza del matrimonio se debilita o se entiende
equivocadamente, se debilita a la familia. Cuando la familia es frágil, somos
propensos a un tipo de individualismo brutal. Perdemos muy fácilmente el hábito
de la bondad de Cristo y la disciplina de su alianza. Cuando la familia es
fuerte, cuando la familia crea espacio para que los esposos y sus hijos
practiquen el arte de la entrega siguiendo el modelo de la alianza de Dios,
entonces entra la luz a un mundo oscuro. Bajo esta luz se puede ver la
verdadera naturaleza de la humanidad. Es por esto que la Iglesia se opone a las
sombras que amenazan a la familia.
146. Todos nosotros somos seres caídos. El desorden en todos y cada
uno de los corazones humanos tiene un contexto y consecuencias sociales. La comunión
para la que fuimos creados se ve amenazada por nuestros deseos erráticos,
nuestras situaciones económicas, por la pornografía, la anticoncepción, el
divorcio y la confusión legal o intelectual. Pero el amor es nuestra misión, y
la Iglesia busca una vida social alternativa, una comunidad basada en la
premisa de Jesús de misericordia, generosidad, libertad y fidelidad. Los muchos
ministerios de la Iglesia promueven la cultura de la vida, como la ayuda a los
pobres, el apoyo a la Planificación Familiar Natural, o el articular una
filosofía más coherente para la ley. Cuando los católicos nos oponemos al
divorcio, o al matrimonio entre personas del mismo sexo, o a revisiones
confusas sobre la ley matrimonial, también somos responsables de promover
comunidades de apoyo y de amor.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) Explique las relaciones entre la ayuda a los pobres de la Iglesia y
las enseñanzas de la Iglesia sobre el sexo y la castidad.
b) ¿Cuál es la diferencia entre la anticoncepción y la Planificación
Familiar Natural?
c) ¿Cuál es el denominador común entre divorcio, anticoncepción y el matrimonio
entre personas del mismo sexo?
d) ¿Qué desafíos a la castidad existen en su comunidad, y adónde debería
ir una persona en su parroquia para aprender sobre la perspectiva de la
Iglesia? ¿De qué maneras puede apoyar su parroquia a las personas que desean
vivir las enseñanzas de la Iglesia?
VIII. UN
HOGAR PARA LOS QUE SUFREN
Muchas personas, especialmente hoy, enfrentan situaciones dolorosas que surgen
de la pobreza, la discapacidad, la enfermedad y las adicciones, el desempleo y
la soledad de la edad avanzada. Pero el divorcio y la atracción por el mismo
sexo impactan en la vida de la familia de maneras diferentes y a la vez
poderosas. Las familias y las redes de familias cristianas deben ser fuentes de
misericordia, seguridad, amistad y apoyo para los que luchan contra estos
problemas.
Oír las duras
expresiones de Jesús
147. Al saludar a la Sagrada Familia en el templo, Simón declara que el niño
Jesús está destinado a “ser una señal de contradicción”. (Lucas 2, 34, LBL) Los
Evangelios prueban la veracidad de estas palabras en la reacción al ministerio
de Jesús por parte de sus contemporáneos. Jesús llega a ofender a muchos de sus
seguidores[132]. Una razón son las
“duras expresiones” que se encuentran en sus palabras.
148. Algunas de las expresiones más duras de Cristo se refieren al
matrimonio, al deseo sexual y a la familia. La enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad
del matrimonio no sólo escandaliza a los fariseos sino también a sus propios
seguidores: “Si esa es la condición... es mejor no casarse”, murmuran los
discípulos. (Mateo 19, 10) En el Sermón de la montaña, Jesús no sólo profundiza
la enseñanza del Decálogo, sino que como el Nuevo Moisés, llama a sus
seguidores a una transformación radical de sus opiniones: “Ustedes han oído que
se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con
malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón. (Mateo 5, 27-28,
LBL)
149. Los discípulos del Señor forman una nueva familia mesiánica que trasciende
y tiene prioridad sobre las relaciones familiares tradicionales[133].
Para los seguidores de Cristo, el agua del Bautismo es más espesa que la
sangre. La alianza del Señor brinda un nuevo contexto para entender nuestros
cuerpos y nuestras relaciones.
150. La Iglesia continúa la misión de Jesús en el mundo. “Quien les escucha
a ustedes, me escucha a mí”, les dice Jesús a los discípulos a quienes envía en
Su nombre. (Lucas 10, 16) Los obispos, en comunión con el Santo Padre, suceden
a los apóstoles en su ministerio[134].
Por lo que no debería sorprender a nadie que algunas de las enseñanzas de la Iglesia
sean percibidas como “duras expresiones”, desfasadas de la cultura actual,
especialmente acerca del matrimonio, la expresión sexual y la familia.
La Iglesia es
un hospital de campaña
151. Para entender el ministerio de la Iglesia sobre enseñar
correctamente, también necesitamos considerar su naturaleza pastoral. El Papa Francisco
hizo una famosa comparación de la Iglesia con un “hospital de campaña tras una
batalla”. Dijo: “¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el
colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del
resto. Curar heridas, curar heridas... Hay que comenzar por lo más elemental”[135].
152. La sexualidad es particularmente vulnerable a estas heridas. Los hombres,
las mujeres y los niños pueden ser lastimados por el comportamiento sexual
promiscuo (el suyo propio y el de los demás), la pornografía y otras formas de
deshumanización, la violación, la prostitución, el tráfico humano, el divorcio
y el temor al compromiso que se crea por una cultura que es cada vez más anti
matrimonio[136]. Como la familia forma a
sus miembros profundamente —dentro de una “genealogía de la persona” de manera
biológica, social y relacionada— las relaciones rotas dentro de la familia
dejan heridas extremadamente dolorosas[137].
153. El Papa Francisco nos ayuda a ver las “duras expresiones” de la Iglesia
como palabras de sanación para nosotros mismos. Pero necesitamos establecer
prioridades y tratar estas heridas de acuerdo a su severidad.
154. Los Evangelios están repletos de relatos sobre las sanaciones de Jesús.
Cristo Médico es una imagen frecuente en la obra de San Agustín. En una homilía
de Pascua escribe: “Pero el Señor, como médico y hacedor, conocía mejor que el
enfermo mismo lo que pasaba en el enfermo. Los médicos hacen respecto de la
salud física lo que el Señor puede hacer también respecto de la salud
espiritual”[138]. Recurriendo a la
Parábola del buen samaritano, Agustín ve a la Iglesia como la posada donde el
viajero herido es llevado para que se recupere: “Maltrechos, roguemos al
Médico, seamos llevados a la posada para ser curados ... También, pues,
hermanos, la Iglesia, en que el maltrecho es sanado durante este tiempo, es
posada de caminante”[139].
155. En la Iglesia, la primera prioridad es llevar a las personas a un encuentro
con el Médico Divino. Cualquier encuentro con Cristo trae sanación a la
humanidad caída, y siempre podemos invitar al Espíritu Santo a de nuestro
corazón para permitir el arrepentimiento y la conversión. En las palabras del
Papa Francisco: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que
se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al
menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día
sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es
para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”[140].
156. Cuando el Papa Francisco hizo énfasis en un encuentro personal con
Jesús, reafirmó la obra de sus predecesores. El Papa Benedicto XVI dijo: “No se
comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva”[141].
Y el Papa Juan Pablo II insistió en que: “Para que los hombres puedan
realizar este ‘encuentro’ con Cristo, Dios ha querido su Iglesia. En
efecto, ella ‘desea servir solamente para este fin: que todo hombre pueda
encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de
la vida’”[142].
157. La Nueva Evangelización puede entenderse como el llevar a los heridos
del campo de batalla del mundo a un encuentro con el Médico Divino y la
sanación que Él ofrece dentro de la comunidad de la Iglesia. El Papa Francisco
ve esta tarea como el desafío de ser una “Iglesia misionera” o una “Iglesia en
salida”[143].
Con paciencia
y perdón, la Iglesia nos ayuda a sanar y a crecer
158. Dentro de la Iglesia, el poder sanador de la gracia de Dios se
comunica a través del Espíritu Santo. El Espíritu Santo hace presente a Jesús
en el culto litúrgico de la Iglesia, en su lectura devota de la Sagrada Escritura
a la luz de la Sagrada Tradición, y en su oficio de enseñar, que está al
servicio de la Palabra de Dios[144].
Cristo Médico se manifiesta especialmente en los Sacramentos de la Penitencia y
de la Unción de los enfermos, que son los dos Sacramentos de Curación[145].
159. Participar de la vida sacramental, desarrollar una vida de oración,
practicar la caridad, las disciplinas espirituales, la responsabilidad y el
apoyo de amigos de la Iglesia; todas estas son cosas que ofrecen un camino de
conversión al cristiano herido pero que está sanando. Pero la conversión no se
logra en un instante. Continúa, como un llamado constante para todos los
miembros de la Iglesia: “Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue
resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia que ‘recibe en su propio seno a los
pecadores’ y que siendo ‘santa al mismo tiempo que necesitada de purificación
constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación’”[146].
160. Esta naturaleza progresiva de la conversión da forma a nuestra
capacidad de entender y vivir la enseñanza de la Iglesia. A propósito del progreso
moral de los cristianos casados, el Papa Juan Pablo II distinguió entre la “ley
de gradualidad” y la “gradualidad de la ley”[147].
La “ley de gradualidad” se refiere a la naturaleza progresiva de la conversión.
A medida que los cristianos se recuperan de las heridas del pecado, crecen en
santidad en cada área de su vida, incluyendo su sexualidad. Cuando no pueden
llegar a esto, necesitan regresar a la misericordia de Dios, a la que se accede
mediante los sacramentos de la Iglesia.
161. La “gradualidad de la ley”, por otra parte, es la idea errónea de que
existen “varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos
hombres y situaciones”[148].
Por ejemplo, algunos sostienen erróneamente que las parejas casadas que
encuentran molesta la enseñanza católica sobre la paternidad responsable deben
ser alentadas a seguir sus propias conciencias al elegir la anticoncepción.
Esta es una forma falsa de gradualidad. En realidad enmascara una especie de
paternalismo, negando la capacidad de algunos miembros de la Iglesia a responder
a la plenitud del amor de Dios, y buscando “bajar la expectativa” de la
enseñanza moral cristiana para ellos.
162. Con un espíritu de verdadera gradualidad, recientemente el Papa Francisco
alabó la fortaleza de su predecesor, Pablo VI, en su encíclica Humanae vitae
(Sobre la Vida Humana). Al oponerse a la cada vez mayor presión social para
el control de la población, el Papa Francisco dijo sobre el Papa Pablo: “su genialidad fue
profética, pues tuvo el coraje de ir contra la mayoría, de defender la
disciplina moral, de aplicar un freno cultural, de oponerse al neo malthusianismo
presente y futuro”[149].
163. Pero al mismo tiempo, el Papa Francisco mencionó que Pablo VI les
dijo a los confesores que interpretaran su encíclica con “mucha misericordia y
atención a las situaciones concretas... El tema no es cambiar la doctrina, sino
ir a fondo y asegurarse de que la pastoral tenga en cuenta las situaciones de
cada persona y lo que esa persona puede hacer”[150].
Por lo tanto, la Iglesia llama a sus miembros a la plenitud de la verdad, y los
anima a sentir la misericordia de Dios a medida que crecen en su capacidad de
vivirla.
La enseñanza
católica depende de la comunidad católica
164. Muchas de las enseñanzas morales de Cristo —y por lo tanto la ética
católica— son exigentes. Pero suponen en los cristianos un espíritu de discipulado,
una vida de oración y un compromiso hacia el testimonio cristiano social y
económico. Sobre todo, presuponen la vida en una comunidad cristiana:
esto es, una familia de otros hombres y mujeres que han encontrado a Jesús, que
confiesan juntos que Él es el Señor, deseando su gracia para que dé forma a sus
vidas y los ayude a responderle.
165. La enseñanza católica sobre la homosexualidad debe entenderse bajo
esa luz. La misma enseñanza que llama a las personas que son atraídas por
personas del mismo sexo, a vivir vidas de castidad en la forma de la
continencia, llama a todos los católicos a que abandonen sus propios
miedos, a apartarse de la discriminación injusta y a recibir a sus hermanos y
hermanas homosexuales en la comunión del amor y la verdad dentro de la Iglesia[151].
Todos los cristianos están llamados a enfrentar sus inclinaciones
sexuales desordenadas y a crecer en la castidad, pues ningún ser humano queda
afuera de este llamado, y por lo tanto, en su capacidad de dar y recibir amor
de una manera acorde a su condición en la vida[152].
Aun así, la respuesta a estos llamados a la conversión es, inevitablemente, un
trabajo en pleno desarrollo por parte de nosotros, pecadores que nos
recuperamos y quienes conformamos a la Iglesia. La clave es crear dentro de la
familia, la parroquia, y la comunidad cristiana a un nivel más amplio, un
entorno de apoyo mutuo donde el crecimiento y el cambio moral puedan ocurrir.
166. Algo de la urgencia de hoy por aprobar o dar estatus legal a la cohabitación
de personas del mismo sexo y de distinto sexo proviene de un comprensible temor
a la soledad. Cada vez más, en la mayoría de la sociedad cultural secular,
tener un compañero erótico es percibido como una necesidad virtual, y las
personas piensan que la enseñanza de la Iglesia es cruel, por condenar a los
hombres y las mujeres a una vida de soledad.
167. Pero si los feligreses comunes entendieron las razones detrás del celibato
como una práctica comunitaria, y si más Iglesias domésticas tomaran el
apostolado de la hospitalidad con más seriedad, entonces la antigua enseñanza
de la Iglesia sobre la castidad vivida en continencia fuera del matrimonio se
vería más plausible a los ojos modernos. En otras palabras, si nuestras
parroquias realmente fueran lugares donde “soltero” no significa “solitario”,
donde extensas redes de amigos y familias compartieran mutuamente sus alegrías
y sus penas, entonces quizás, al menos, algunas de las objeciones del mundo a
las enseñanzas de la Iglesia serían aplacadas. Los católicos pueden aceptar
apostolados de hospitalidad sin importar lo hostil o indiferente que pueda ser
la cultura que los rodea. Nadie limita a los católicos laicos u ordenados en la
amistad que podemos ofrecer a aquellos que luchan.
168. En su cuidado pastoral de los divorciados y vueltos a casar, la
Iglesia ha buscado combinar la fidelidad a las enseñanzas de Jesús sobre la indisolubilidad
del matrimonio, que consternó a sus discípulos, con la misericordia en el
corazón de Su ministerio. Considera, por ejemplo, la enseñanza de Benedicto XVI
sobre la situación pastoral de los hombres y las mujeres divorciados: Me parece
una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente
lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están “fuera”...
Es muy importante... para que puedan ver que son acompañados, guiados. ... Y...
que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que
también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de
nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es
un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la
Iglesia, están en el corazón de la Iglesia[153].
169. En otras palabras, Benedicto presupuso la verdad de lo que enseñó Cristo,
pero no desestimó simplemente a los divorciados y vueltos a casar diciéndoles
que apretaran sus dientes o sufrieran en soledad. Esta no es la manera de la
Iglesia, y cualquier católico que actúe como si lo fuera debería recordar que
uno de los delitos de los fariseos fue cargar a los demás con leyes, sin
“levantar un dedo” para ayudar a las personas con estas cargas. (Mateo 23, 4)
Más bien, Benedicto repite el Catecismo de la Iglesia Católica el cual dice
que: “los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta
solicitud” a los católicos divorciados, para que no se sientan excluidos[154].
170. Los lazos de la amistad hacen tolerables las exigencias del
discipulado. “Lleven las cargas unos de otros”[155]
dentro de la comunidad cristiana, permitan a sus miembros seguir un camino de
sanación y conversión. La caridad fraternal hace que la fidelidad sea posible.
También ofrece un testimonio y un apoyo al resto de la Iglesia. El Catecismo
de la Iglesia Católica tiene algo así en mente cuando dice que los cónyuges
que perseveran en matrimonios difíciles “merecen la gratitud y el apoyo de la
comunidad eclesial”[156].
Lo mismo debería decirse de todos quienes se encuentren en situaciones
familiares exigentes.
171. En una cultura que oscila por un lado entre el anonimato, y por el
otro en una curiosidad voyerista sobre “los detalles de la vida de los demás”,
el Papa Francisco nos llama para que nos acompañemos mutuamente en la tarea del
crecimiento espiritual[157].
Él dice: “De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la
pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar
la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio”[158]. Aquellos que son sanados, entonces, son
capaces de extender la invitación para sanar a los demás.
172. La fe cristiana y la salvación que conlleva, no son
individualistas; son profundamente comunitarias: “La fe tiene una configuración
necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión
real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al cristiano individual
a todos los hombres. La palabra de Cristo, una vez escuchada y por su propio
dinamismo, en el cristiano se transforma en respuesta, y se convierte en
palabra pronunciada, en confesión de fe”[159].
173. Jesús enseñó muchas cosas sobre el sexo y el matrimonio, que han
sido difíciles de vivir tanto en la antigüedad como en el presente. Pero no estamos
solos cuando enfrentamos estas dificultades. Debemos vivir la vida en el Cuerpo
de Cristo como miembros interdependientes que se edifican mutuamente en el amor[160]. La enseñanza de la
Iglesia, los sacramentos y la comunidad, existen todos para ayudarnos en la
travesía. Con paciencia, perdón y confianza, en el Cuerpo de Cristo, juntos
podemos sanar y vivir de maneras que de otra forma parecerían imposibles.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) La Iglesia es un hospital de campaña. ¿De qué manera ayuda la Iglesia
a los heridos? ¿Cómo podemos hacerlo mejor?
b) ¿Por qué los católicos no son individualistas morales? ¿Por qué
hacemos énfasis en el apoyo de la comunidad? ¿Cómo ha percibido la gracia de
Dios obrando por medio de una comunidad?
c) En su cultura, ¿cuáles son los obstáculos para crear amistades
espirituales cercanas? ¿Cómo puede su parroquia o su diócesis fomentar las
amistades católicas?
d) ¿Qué apoyo existe en su parroquia o diócesis para avanzar en la
castidad? ¿Hay grupos de apoyo u oportunidades para la educación? ¿Con qué
frecuencia se ofrece el Sacramento de la Penitencia, y hay oportunidades para
la dirección espiritual?
IX. MADRE,
MAESTRA Y FAMILIA: LA NATURALEZA Y LA FUNCIÓN DE L A IGLESIA
La Iglesia tiene formas institucionales porque debe trabajar en el
mundo. Pero eso no agota su esencia. La Iglesia es la Esposa de Cristo; es
“ella”, no “esa”. Según las palabras de San Juan XXIII, ella es nuestra madre y
maestra, nuestra consoladora y guía, nuestra familia de fe. Aunque su pueblo y sus
líderes pequen, seguimos necesitando la sabiduría de la Iglesia, sus Sacramento,
su apoyo y su proclamación de la verdad, porque ella es el cuerpo de Jesús
mismo en el mundo; la distinguida familia del pueblo de Dios.
La Iglesia es
nuestra Madre; nosotros somos sus hijos
174. La Iglesia es la Jerusalén celestial, “la Jerusalén de arriba ...
madre nuestra” (Ga 4, 26)[161].
La Iglesia es la “madre de nuestro nuevo nacimiento”[162].
La Iglesia, como Esposa Virgen de Cristo, da a luz a hijos, y cada uno “nace de
nuevo desde arriba... renace del agua y del Espíritu”. (Juan 3, 3. 5)
175. ¿Qué quiere decir “nace de nuevo desde arriba”? ¿Significa no tener
identidad terrenal después del Bautismo? No, pero sí significa que “de las
fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que
trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas,
las razas y los sexos: ‘Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados,
para no formar más que un cuerpo’”[163].
Significa que, como hijos de la Iglesia, tenemos una identidad nueva que no
destruye, sino que trasciende, todas estas son las maneras en que los seres
humanos construyen su identidad naturalmente.
176. Como miembros de la Iglesia, somos miembros de ese “cuerpo único”,
que no es definido por ninguna clasificación humana, como la edad, la
nacionalidad o la inteligencia; ni ningún logro humano, como la eficiencia, la
organización o la virtud moral. Si cualquiera de estos atributos humanos
definiera a la Iglesia, no naceríamos de nuevo “desde arriba”, sino solamente
desde aquí abajo, desde nosotros mismos y desde nuestras capacidades limitadas.
Porque no importa lo inteligentes o virtuosos que seamos; nada se compara con
el amor perfecto de Cristo y su Esposa, la Jerusalén de arriba, nuestra Madre,
la Iglesia. Al hacernos hijos suyos, estamos recibiendo un don, una identidad
nueva en Cristo que no podemos darnos a nosotros mismos.
Cómo y por
qué la Iglesia es santa
177. Cuando decimos que la Iglesia es “inmaculada”, no ignoramos que todos
sus miembros son pecadores, ya que la Iglesia es “a la vez santa y siempre
necesitada de purificación”[164].
Su santidad es la santidad de Cristo, su Esposo. Es el amor de Cristo, el
Esposo, el que crea la Iglesia en primer lugar: “[L]a Iglesia ha nacido
principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la
institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz. ... Del mismo modo que Eva
fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón
traspasado de Cristo muerto en la Cruz”[165].
178. Podríamos decir que la “constitución” de la Iglesia no es ninguna virtud,
santidad ni logro que hayamos alcanzado, sino el amor abnegado de Cristo.
Cuando nacemos de la Iglesia como Madre nuestra, nacemos de este amor de
Cristo. Este amor le da a la Iglesia su identidad, no como una nación, una
agrupación ni un club constituido humanamente entre otros, sino como la
“Esposa” quien es “una sola carne” con Cristo y, por lo tanto, un solo Cuerpo.
179. Este amor, del que nacemos en Cristo, es un amor que no podemos darnos
a nosotros mismos. Una vez recibido, es purificador para que la Iglesia, en la
persona de cada uno de sus hijos, esté siempre transformándose en el amor de
Cristo hasta que Él se forme plenamente en todos nosotros. Este es el
significado de la imagen de la Iglesia peregrina, una Iglesia “en
peregrinación” hacia su perfección final, perfección en el amor mismo, y por el
amor mismo, que la define en primer lugar.
180. Hasta ese momento, la Iglesia hallará que en su peregrinaje “avanza
continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación”[166] y
no puede reivindicar la perfección, y de hecho no lo hace, salvo en su dote, la
sangre de Cristo que es su amor.
Cuando los
católicos pecan, no se borra lo que hay de santo en la Iglesia
181. El que la Iglesia esté basada en Cristo significa que el pecado en ella,
incluso el pecado en sus ministros ordenados, no puede invalidar la identidad
de la Iglesia ni su santidad, porque su identidad no proviene de ninguno de
nosotros. Proviene de Cristo. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios,
Israel, se definió por la alianza con Dios y por muchos que hubieran sido sus
pecados no podrían haber invalidado esa “decisión” ni la identidad que les daba
como pueblo de Dios. A dondequiera que fueran, Dios no los abandonaba.
Quienquiera que se encontrara con ellos encontraba siempre al pueblo de Dios,
sin importar los pecados que cualquiera de sus miembros hubiera cometido.
182. La fidelidad de la alianza de Dios se aplica también a la Iglesia. El
milagro de la Iglesia es que al amor de Cristo que la define no puede ser
borrado por ningún pecado de sus miembros. La Iglesia es una sociedad visible
en el mundo, pero una sociedad que no está definida por nada que sea “del”
mundo. Eso es lo hermoso de la Iglesia. No tenemos que esperar la creación de
una asociación de doce personas perfectas antes de que podamos declarar que
tenemos una Iglesia en la que valga la pena creer. No ponemos nuestra fe en las
virtudes o en las perfecciones humanas, sino que creemos en Jesucristo, quien
murió por nosotros y por cuya sangre somos “una raza elegida, un reino de sacerdotes,
una nación consagrada”, el propio pueblo de Dios para que proclamemos sus
milagros; pues Él nos llamó de la oscuridad a su maravillosa luz. (1.a Pedro 2,
9)
Autoridad y
responsabilidad educativa de la Iglesia
183. La Iglesia como Madre nuestra, al impartirnos una identidad nueva en
el amor y la santidad en la que ella misma se formó, tiene también la
responsabilidad de enseñarnos, de formarnos más perfectamente en la nueva
identidad que hemos recibido, no del mundo, sino “de arriba”. No existe
autoridad secular que pueda eximir a la Iglesia de esta función, porque la
identidad que ella recibe y luego imparte no proviene de los logros mundanos,
como hemos visto, sino que los trasciende y los
perfecciona. Mejor dicho, “el oficio pastoral del Magisterio”, o
autoridad educativa de la Iglesia, “está dirigido, así, a velar para que el
Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera”[167].
184. La autoridad educativa de la Iglesia sirve a todo el pueblo de Dios
al conservar intacta la verdad del Evangelio, junto con todas las enseñanzas morales
reveladas, explícita e implícitamente en el Evangelio, que nutren la libertad
humana. Esto incluye verdades tales como
la dignidad de las personas humanas, las bondades de la creación, la nobleza
del estado matrimonial y su orientación intrínseca hacia una comunión de amor
dadora vida. Estas verdades no pueden ser anuladas por los pecados cometidos
contra las dignidades que proclaman. Dichos pecados más bien llaman a la
Iglesia a proclamarlas con más fidelidad todavía, aun cuando ella busque
renovarse en esas mismas verdades y en el amor del que provienen.
Cómo los
matrimonios y las familias cumplen con el testimonio de la Iglesia
185. Los esposos cristianos tienen la función clave de proclamar estas mismas
verdades, de la manera que resulta más persuasiva para el mundo; o sea, con una
vida que se transforma permanentemente por el amor impartido a las parejas en
el Sacramento del Matrimonio, y que define su comunión como marido y mujer. El
Papa Francisco ha descrito de una manera conmovedora el testimonio de la verdad
que los esposos cristianos pueden ofrecer, apoyados en las gracias del
Sacramento del Matrimonio: Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los
problemas y peligros de la vida. Pero no tienen miedo a asumir su responsabilidad,
ante Dios y ante la sociedad. Sin huir, sin aislarse, sin renunciar a la misión
de formar una familia y traer al mundo hijos. —Pero, Padre, hoy es difícil...
—Ciertamente es difícil. Por eso se necesita la gracia, la gracia que nos da el
Sacramento. Los Sacramentos no son un adorno en la vida. “Pero qué hermoso
matrimonio, qué bonita ceremonia, qué gran fiesta!”. Eso no es el Sacramento;
no es ésa la gracia del Sacramento. Eso es un adorno. Y la gracia no es para
decorar la vida, es para darnos fuerza en la vida, para darnos valor, para
poder caminar adelante. Sin aislarse, siempre juntos. Los cristianos se casan
mediante el Sacramento porque saben que lo necesitan[168].
186. Tanto el Papa Juan Pablo II como el Papa Benedicto XVI tuvieron ocasión
de citar un pasaje de la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii
nuntiandi: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan o, si escuchan a los que enseñan, es porque
dan testimonio”[169].
El Papa Francisco está llamando a los esposos cristianos a ser la clase de
maestros a los que el hombre contemporáneo escucha, maestros que enseñan por su
testimonio y así defienden la verdad y exhiben su persuasión en su apertura a
la vida nueva, en el abrigo de su mutuo amor y en la disposición de su
hospitalidad, como oasis de amor y misericordia en una cultura tan
frecuentemente marcada por el cinismo, la dureza de corazón y el desánimo.
187. El testimonio de los esposos cristianos puede traer luz a un mundo que
ha llegado a valorar la eficiencia sobre las personas, el “tener” sobre el
“ser”, olvidando así los valores de las “personas” y del “ser” en su totalidad.
Que los casados en Cristo sean fieles testigos de su amor y, de esa forma, se conviertan
en maestros de la verdad, que intrínsecamente cautiva siempre y en todas
partes.
188. La Iglesia es una institución, pero siempre es más que una
institución. Es una madre, una esposa, un cuerpo, una familia y una alianza.
Todos los bautizados son hijos suyos, lo que nos da a los cristianos nuestra
identidad más fundamental y auténtica. Así como nuestros propios pecados no borran
jamás nuestra creación a imagen de Dios ni nuestra pertenencia a la familia de
Dios, cuando los católicos pecan, eso no borra la santidad de la Iglesia. La
esencia de la Iglesia depende de Jesús, un cimiento que nos hace responsables,
pero que también es más profundo y más seguro que cualquier logro o fracaso
humano. A pesar de sus numerosos defectos, la Iglesia no puede eludir la
responsabilidad de predicar el Evangelio y, por eso, llevamos adelante su
misión de amor.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) ¿Cómo nos protege la alianza de Dios, aun cuando pecamos?
b) Todo el mundo peca, hasta los líderes católicos. ¿Por qué decimos que,
de todas maneras, la Iglesia es santa?
c) ¿Qué quiere Jesús que hagamos cuando la Iglesia no vive según sus principios?
d) ¿Por qué Jesús ama a la Iglesia? ¿Qué aspectos de la Iglesia lo
satisfacen? ¿Cuáles lo decepcionan?
X. ELEGIR LA
VIDA
Dios nos hizo por una razón. Su amor es nuestra misión en la vida. Esta misión
nos permite encontrar nuestra verdadera identidad. Si decidimos abrazar esta
misión, tendremos una perspectiva nueva sobre muchas cuestiones, no solo la
familia. Vivir la misión de la Iglesia doméstica significa que las familias
católicas vivirán, a veces, como minorías, con valores diferentes de los que
tiene la cultura que las rodea. Nuestra misión de amor exigirá valentía y
fortaleza. Jesús está llamando y nosotros podemos responder, eligiendo una vida
de fe, esperanza, caridad, gozo, servicio y misión.
Nuestra misión para toda la vida
189. Comenzamos esta catequesis explicando que Dios nos hizo por una
razón. El Dios que encontramos en Jesucristo nos ama y nos llama a amar como Él.
Si comprendemos que el amor es nuestra misión en nuestro matrimonio, nuestra
familia, nuestros hijos y nuestra parroquia, entonces hemos aprendido una
verdad básica que dará forma a muchas otras áreas de la vida.
190. Por ejemplo, si la fidelidad a la alianza exige restricciones, si
nuestro cuerpo y el mundo material pueden ser recipientes de gracia divina, entonces
podemos encarar las cuestiones de la ecología, la tecnología y la medicina con
humildad renovada. Del mismo modo, si cumplimos el compromiso de Dios a un amor
de alianza más fuerte que el sufrimiento, entonces tenemos nuevos motivos para
solidarizarnos con quienes están tristes o sufren. Si comprendemos que la
imagen de Dios, y por lo tanto la dignidad humana, tiene un origen mucho más
profundo que cualquier destreza o logro humano contingente, entonces podemos comprender
por qué la Iglesia tiene tanto amor por los muy jóvenes, los mayores, los
discapacitados y todos aquellos que siempre dependerán del cuidado básico de
los demás.
191. Ahora nos damos cuenta de por qué una catequesis sobre la familia ha
sido en realidad una catequesis para todo lo que hay en la vida. Como dice el
Papa Francisco: “El anuncio del Evangelio, en efecto, pasa ante todo a través
de las familias, para llegar luego a los diversos ámbitos de la vida cotidiana”[170].
Si hemos aprendido a pensar en nuestra familia como una Iglesia doméstica, si
hemos aprendido por qué el individualismo moral no es el contexto correcto para
recibir la enseñanza católica, entonces hemos adoptado un punto de vista que
dará una nueva orientación a toda nuestra identidad.
Vivir como una minoría creativa
192. Las perspectivas católicas sobre el significado de la vida y sobre cómo
vivir bien no persuadirán a todo el mundo en esta época. La era de la
“cristiandad”, cuando los occidentales podían al menos asumir una cierta
congruencia aproximada entre los valores públicos y los valores católicos, está
desapareciendo. Los católicos de Occidente, posteriores a esa cristiandad,
están aprendiendo a vivir como cristianos en muchas otras partes del mundo,
lugares como África o Asia, donde los cristianos nunca han sido mayoría.
193. La condición de minoría en una cultura no significa una posición marginal
o irrelevante. El Catecismo de la Iglesia Católica, al enseñar sobre nuestra
vocación a participar en la sociedad, cita una carta cristiana escrita en un
tiempo en el que la Iglesia estaba lejos de ser reconocida o socialmente
prestigiosa. La tentación a recluirse debe haber sido real, pero la carta dice:
“No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya
justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés
común”[171]. Este espíritu abierto y
orientado al servicio tiene en verdad un linaje aún más antiguo. Dijo el profeta
Jeremías a los judíos desterrados en Babilonia, a pesar de que los babilonios habían
saqueado Jerusalén y tomado prisioneros a los judíos: “Preocúpense por la
prosperidad del país donde los he desterrado y rueguen por él a Yavé; porque la
prosperidad de este país será la de ustedes”. (Jeremías 29, 7)
194. Vivir en el exilio como una minoría creativa y fiel exige
disciplina espiritual. En el libro de Daniel, él y sus amigos judíos pueden
servir en la corte del rey babilonio Nabucodonosor. El hecho de que los judíos llegaran
a servir a un rey pagano, es en sí mismo sorprendente. Pero ellos le resultaron
útiles al rey precisamente por no haber dejado de ser judíos fieles.
195. La razón de que tuvieran la sabiduría que los magos del rey no poseían
estaba en que ellos habían adaptado su vida a la fe de un solo Dios verdadero.
Decían sus oraciones[172]
y respetaban la disciplina judía principal (como por ejemplo las restricciones
alimenticias[173]). Eran levadura en un
palacio pagano, porque sabían quiénes eran. Sabían cómo estar en un mundo
social determinado, sin pertenecer a él. Y sabían cuándo no hacer concesiones
—sabían que a veces pagarían cara su identidad religiosa— no obstante,
aceptaron el foso de los leones y el horno ardiente antes que traicionar a su
Dios y adorar a ídolos.
196. Los católicos, entonces, tenemos estrategias y precedentes para vivir
la fe en un mundo que no comprende nuestras creencias o que no esté de acuerdo
con nosotros. Si nuestra forma de vida es diferente de la del mundo, de todas
maneras tenemos una esperanza firme y claridad de pensamiento, “un plan que
sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar
totalmente nuestro futuro a la persona amada”[174].
Contamos con unas bases sólidas para independizarnos de las fuerzas
destructivas de la sociedad y la cultura, y son estas mismas bases las que nos
orientan para amar y participar en la sociedad y la cultura. El “amor que mueve
el sol y las demás estrellas”[175],
el amor que creó y que sostiene todo lo que existe, es el mismo amor que anima
a nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro hogar y nuestra Iglesia. Podemos
estar seguros de que, si seguimos a este amor, aun al pie de la cruz, nuestros
sufrimientos nos harán más reales, más auténticamente humanos, y que la resurrección
y la vindicación están llegando, porque seguimos a un Señor confiable. Este
amor nos dará la fortaleza para amar de manera muy particular, como la sal de
la tierra[176].
Todos somos misioneros
197. San Juan Pablo II exhortó “familia, ¡sé lo que eres!”[177]
y sus palabras no han perdido en absoluto su energía; su importancia solo se ha
intensificado frente a los numerosos desafíos que experimentan las familias hoy
en día. El entendimiento de Juan Pablo era que la misión de la familia emana de
su identidad en el plan de Dios. “Y dado que, según el designio divino, está
constituida como ‘íntima comunidad [conyugal] de vida y de amor’, la familia
tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y
amor, en una tensión que, ... hallará su cumplimiento en el Reino de Dios”[178].
Según las palabras de Juan Pablo II, la misión fundamental de la familia es por
lo tanto “custodiar, revelar y comunicar el amor”, una misión que es “reflejo
vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo
Señor por la Iglesia su esposa”[179].
Cuando la familia acepta su identidad misionera, se transforma en aquello que
siempre debió ser.
198. Esta misión no está reservada para unos pocos ni para los
extraordinarios. Tampoco quiere decir que de algún modo las familias tengan que
dejar de ser ellas mismas o que, para dar testimonio del Evangelio, tengan que
ir en pos de alguna perfección imposible. La familia cristiana está llamada a
profundizar el amor y la vida que ya son elementales para ser una familia, así
como a reflexionar sobre ellos y a dar testimonio de ellos.
199. La familia es una comunión de amor fundada en la entrega de uno mismo
a la comunión de dos personas en una sola carne como marido y mujer. Esta
comunión indisoluble de marido y mujer es la que crea el marco para toda la
familia como una verdadera comunidad de personas[180].
Es en la familia que el amor se aprende como una ofrenda del ser, una ofrenda
que el niño primero recibe del padre y de la madre, y que luego devuelve a los
demás y la comparte con ellos. La familia es el lugar donde se aprende el valor
de la comunidad y se forma así la base para la comunión en la sociedad. De esta
manera, los matrimonios y las familias que se esfuerzan por amar en unidad y
fidelidad ofrecen un testimonio esencial en el hogar, el vecindario, la
parroquia, las comunidades locales y dondequiera que vayan, ya sea por
servicio, trabajo o esparcimiento.
La Iglesia doméstica hallará su plenitud en la misión para la Iglesia
universal
200. La Iglesia no ha estado nunca lejos del hogar familiar. Cristo
mismo nació, se crió y se formó “en el seno de la Sagrada Familia de José y de
María”[181]. María, como virgen y
como madre, sintetiza de manera única y hermosa la vocación al celibato y la
vocación a la maternidad[182].
En su vida junta, la Sagrada Familia de Nazaret es un ejemplo y es intercesora por
todas las familias. Durante su propio ministerio público, Jesús visitaba con
frecuencia la casa de otras familias o se quedaba con ellas, especialmente la
de San Pedro en Cafarnaún[183].
San Pablo, en sus saludos, agradecía también a determinados discípulos, en
particular a la pareja de Prisca y Aquila, y a la “Iglesia que se reúne en su
casa”[184]. Como enseña el Catecismo
de la Iglesia Católica: Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba
a menudo constituido por los que, “con toda su casa”, habían llegado a ser
creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase “toda su casa”.
Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no
creyente[185].
201. Hablar de la familia como una Iglesia doméstica significa que lo que
se dice de la Iglesia en sí misma a menudo puede decirse análogamente de la
familia cristiana y que, por lo tanto, la familia cristiana cumple una función
clave dentro de la Iglesia y del mundo. El papa Juan Pablo II habló del
“cometido eclesial propio y original” de la familia cristiana: “La familia
cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la
Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la
Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima
de vida y de amor”[186].
202. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica describe
el Sacramento del Matrimonio, junto con el Orden Sagrado, como sacramentos “al
servicio de la comunión y de la misión”[187].
El matrimonio y la familia sirven y edifican la comunión de la Iglesia y
contribuyen e impulsan su misión de proclamar el Evangelio y de amar como
Cristo ha amado. A veces puede haber una tendencia a pensar únicamente en cómo
la Iglesia (y cómo nuestra diócesis y nuestra parroquia en particular) sirve a
los matrimonios y a las familias. Ciertamente esta es una parte vital del
compromiso pastoral de la Iglesia.
203. Pero, tan importante como eso, y quizás aún más urgente, es pensar en
cómo la familia cristiana ama y sirve a la parroquia, a la diócesis, a la
Iglesia universal y al mundo. El ministerio destinado a asistir a las familias
debe ayudarlas a que, a su vez, ellas mismas sean misioneras. Esto es, en cierto
sentido, un cambio paradigmático que espera el completo florecimiento en la
Iglesia: darle rienda suelta a la familia cristiana para la obra de promover el
Evangelio. En la raíz de esto no hay otra cosa que un redescubrimiento de la
vocación del matrimonio como una vocación para transformarse en una Iglesia
doméstica.
204. La Iglesia doméstica no es un concepto abstracto. Es una realidad, una
vocación y una misión fundada sobre el Sacramento del Matrimonio, que muchos
viven. Cristo todavía sigue llamando: familias cristianas, la Iglesia las
necesita; el mundo las necesita.
205. Familia, sé lo que eres[188]. Elige la
vida, y luego, que tú y tus descendientes vivan amando al Señor, tu Dios,
obedeciendo su voz y aferrándose a Él[189]. Esta misión
a veces te marcará como algo diferente en tu sociedad. Vivir tu testimonio de
amor exigirá compromiso y disciplina espiritual, pero no temas. La Iglesia está
contigo. El Señor está contigo. El Señor ha hecho una alianza contigo. El Señor
está llamando. Él será fiel y tu alianza dará frutos. El amor es tu misión, la
base para toda comunión, una profunda aventura de servicio, belleza y verdad.
PREGUNTAS
PARA COMENTAR
a) ¿De qué manera una catequesis sobre la familia es en realidad una catequesis
para la totalidad de la vida? ¿De qué maneras se relacionan las enseñanzas
católicas sobre la naturaleza humana, el sexo, el matrimonio y la familia con
los demás aspectos de la vida?
b) Los valores y las costumbres de su comunidad, ¿hacen que ser católico
sea fácil o difícil? En su cultura, ¿son ustedes libres de ser plenamente católicos
o existen presiones que comprometen la fe? ¿Cómo pueden ustedes participar en
su cultura sin apartarse de su fe?
c) ¿Su familia se ve a sí misma como una Iglesia doméstica? ¿Qué valores
son visibles en el estilo de vida de su hogar? ¿Qué pasos pueden dar para ser
mejores misioneros?
d) ¿Qué apoyo de la Iglesia necesita su familia? ¿Cómo puede ayudarlos la
Iglesia? ¿Cómo pueden ustedes ayudar a la Iglesia y a otras familias?
ORACIÓN PARA EL
ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS EN FILADELFIA EN 2015
Dios y Padre de todos nosotros,
en Jesús, tu Hijo y nuestro Salvador,
nos has hecho tus hijos e hijas
en la familia de la Iglesia.
Que tu gracia y amor
ayuden a las familias
en cualquier parte del mundo
a estar en unión con las demás
en fidelidad al Evangelio.
Que el ejemplo de la Sagrada Familia,
con la ayuda de tu Espíritu Santo,
guíe a todas las familias, especialmente a las más atribuladas,
a ser casas de comunión y oración
y a buscar siempre tu verdad y vida en tu amor.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
¡Jesús, María y José, rueguen por nosotros!
ABREVIATURAS
USADAS EN ESTE DOCUMENTO
CCIC, Compendio: Catecismo de la Iglesia Católica
CDC, Código de Derecho Canónico
CDSI, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
CIC, Catecismo de la Iglesia Católica
CV, Caritas in veritate
DCE, Deus caritas est
DD, Dies domini
DV, Dei verbum
EG, Evangelii gaudium
EN, Evangelii nuntiandi
FC, Familiaris consortio
GrS, Gratissimam sane
GS, Gaudium et spes
HV, Humanae vitae
LBL, La Biblia Latinomérica
LF, Lumen fidei
LG, Lumen gentium
MD, Mulieris dignitatem
NMI, Novo millennio ineunte
PP, Populorum progressio
RH, Redemptor hominis
RN, Rerum novarum
SC, Sacramentum caritatis
TdC, Teología del Cuerpo
VS, Veritatis splendor
Los libros de la Biblia están abreviados de conformidad
con el CIC.
[9] Benedicto XVI, Celebración eucarística, homilía por el VII Encuentro
Mundial de las Familias, Milán (3 de junio de 2012).
[16] Papa Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio (FC)
(1981), 11. Cf. Gn 1, 26-27; 1 Jn 4, 8 y GS 12.
[19] Papa Benedicto XVI, Discurso “A los participantes en el Foro de las
Asociaciones Familiares”, Roma (16 de mayo de 2008).
[21] Joseph Ratzinger, En el principio …: Una comprensión católica de la
historia de la Creación y la Caída, Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co.
(1995).
[29] Papa Francisco, Homilía de la Misa en Santa Marta: “Cuando fracasa un
amor”, L’Osservatore Romano (28 de febrero de 2014).
[34] Santa Hildegarda de Bingen, Explicación del Credo de San Atanasio, traducción
del latín de Rafael Renedo Hijarrubia para Hildegardiana
(www.hildegardiana.es), febrero de 2013; http://www.hildegardiana.es/5pdf/
credo_atanasio.pdf, pág. 11 y http://www.hildegardiana.es/364atanasio/
03p02.html. Cf. 1 Co 6, 19.
[36] Papa Francisco, Homilía de la Misa en Santa Marta: “Cuando fracasa un
amor”, L’Osservatore Romano (28 de febrero de 2014).
[38] Papa Juan Pablo II, Audiencias de los miércoles, Teología del Cuerpo (TdC)
(9 de enero de 1980).
[39] Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Sobre la colaboración
del hombre y la mujer (2004), 8.
[53] Papa Francisco, Audiencia general acerca del Matrimonio, corazón del
designio de Dios para con su pueblo (2 de abril de 2014).
[54] Papa Francisco, Discurso “Diálogo con parejas de novios”, Ciudad del
Vaticano (14 de febrero de 2014).
[55] Papa Francisco, Discurso “Diálogo con parejas de novios”, Ciudad del
Vaticano (14 de febrero de 2014).
[57] Papa Francisco, Discurso “Diálogo con parejas de novios”, Ciudad del
Vaticano (14 de febrero de 2014).
[64] San Agustín, La bondad del matrimonio, 32; Comentario literal
al Génesis, IX. VII. 12; El matrimonio y la concupiscencia, I. X.11,
XVII.19 y XXI.23, http://www.augustinus.it/spagnolo/index.htm.
[67] Papa Francisco, “Tenéis el deber de transmitir la fe” (el Papa instruye
a los padres en el Bautismo), Homilía Fiesta del Bautismo del Señor (12 de
enero de 2014).
[71] San Agustín, La ciudad de Dios: Contra paganos, http://www.augustinus. it/spagnolo/cdd/cdd_15.htm,
traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA.
[74]Papa Francisco, Discurso “A las parejas de novios que se preparan para
el matrimonio”, Plaza de San Pedro (14 de febrero de 2014)
[77] Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma: Manuscritos
autobiográficos, Ignatius Press (2013).
[79] Papa Francisco, Discurso “Encuentro con el clero, personas de vida
consagrada y miembros de consejos pastorales”, Asís (4 de octubre de 2013).
[83] Papa Benedicto XVI, Discurso “Encuentro con los jóvenes y las familias”
(3 de octubre de 2010).
[84] Papa Benedicto XVI, Homilía “Que la comunidad parroquial sea una
‘familia de familias’” (20 de marzo de 2011).
[89] Papa Juan Pablo II, Discurso “Encuentro de las familias adoptivas
organizado por las misioneras de la caridad” (5 de septiembre de 2000).
[92] Papa Juan Pablo II, Discurso “Encuentro de las familias adoptivas
organizado por las misioneras de la caridad” (5 de septiembre de 2000).
[109] Sínodo de Obispos, Asamblea general extraordinaria, Documento
preparatorio “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la
evangelización” Ciudad del Vaticano (2013).
[112] Papa Benedicto XVI, Mensaje “Para la celebración de la XLI Jornada
Mundial de la Paz” (1 de enero de 2008).
[114] Papa Francisco, el Papa habla acerca de la Sagrada Familia como
refugiados, ora por el Sínodo (29 de diciembre de 2013).
[118] Papa Benedicto XVI, Mensaje “Con ocasión del 40.° aniversario de la
encíclica Humanae vitae de Pablo VI” (2 de octubre de 2008).
[135] Papa Francisco, Entrevista “Un gran corazón abierto a Dios”, Rev. America
(30 de septiembre de 2013).
[138] San Agustín, Sermones, 229O, 1., http://www.augustinus.it/spagnolo/
index2.htm - Obras completas - versión española. Para ver otros ejemplos con
los que Agustín describe la salvación desde el punto de vista médico, consultar
Sermones, 229E; Las confesiones, VII, xx, 26; X, xxx, 42; Sobre
la doctrina cristiana, 1, 27; 4, 95; Manual de la fe, de la esperanza y
de la caridad (Enquiridon), III. 11; XXII. 81; XXIII. 92; XXXII. 121; El
matrimonio y la concupiscencia, Libro 2, 9. III; 38. XXIII (ibídem).
[139] San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, http://www.
augustinus.it/spagnolo/commento_vsg/index2.htm - Obras completas – versión española.
[149] Ferruccio de Bortoli, “Francisco: ‘Pintar al Papa como Superman es
ofensivo’”, La Nación, Argentina (5 de marzo de 2014)
[150] Ferruccio de Bortoli, “Francisco: ‘Pintar al Papa como Superman es
ofensivo’”, La Nación, Argentina (5 de marzo de 2014)
[168] Papa Francisco, Discurso “A las familias del mundo con ocasión de su
peregrinación a roma en el año de la fe”, Ciudad del Vaticano (26 de octubre de
2013).
[170] Papa Francisco, Ángelus, el Papa habla acerca de la Sagrada Familia como
refugiados (29 de diciembre de 2013).
[175] Dante, La divina comedia, “Paraíso”, Canto xxxiii, http://www.antorcha.
net/biblioteca_virtual/literatura/dante/33_3.html.
[183] Cf. Mc 1, 29-31; Mt 8, 14-15 y Lc 4, 38-39. Cf. Mc 2, 1; 3, 19-20; 7,
17; 9, 33. Cf. Mc 5, 38; 7, 24; 10, 10; 14, 3; Mt 9, 23; 10, 11-13; 13, 1; 17,
25; 26, 6; Lc 5, 29; 7, 36; 8, 51; 10, 5-7; 11, 37; 14, 1; 19, 5-9 y Jn 4, 53;
12, 1-2.